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Interesante opinión publicada hoy en el diario La Nueva España …

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La enfermera y su circunstancia

La muerte de Rayan no puede despacharse con una inhabilitación profesional

ANTONIO CASADO

Lo desliza uno de esos lectores que no usan los blogs sólo para vomitar. Éste es el cañonazo verbal: «Los arquitectos tapan sus errores con plantas; los cocineros, con salsas, y los médicos, con tierra». Las sentenciosas frases no tienen desperdicio. Son tremendas. «Terroríficas», por utilizar el lenguaje del gerente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid cuando el otro día anunciaba la muerte del bebé Rayan por un imperdonable error humano de la enfermera, que se confundió de sonda a la hora de alimentar al bebé.

Eso tiene un tratamiento penal, que ya está en marcha, aunque no consta de momento ninguna denuncia de los familiares. Sin perjuicio de que ésta se acabe presentando, ya ha abierto diligencias previas el Juzgado de instrucción número 53 de Madrid. El supuesto es el de «imprudencia médica», contemplado en el artículo 126 del Código Penal. Supondría una inhabilitación profesional entre tres y seis años. Pero eso no lo podemos despachar así. Dejarlo en el expediente a la enfermera y, en su caso, en el reproche penal correspondiente sería mirar hacia otro lado en relación con los problemas de fondo.

Al fondo del problema están las cifras de los errores médicos registrados en España por el Defensor del Paciente. Nada menos que 12.276 durante el año 2008. De ellos, 508 con desenlace de muerte. Y sólo un muy escaso número pasó por los tribunales. Muchos se saldaron con la oportuna indemnización. Huelga advertir de que en esas cifras no están incluidos los casos que se quedaron en el olvido por la discreta resignación de unas familias que ni siquiera se molestaron en denunciar.

La enfermera que suministró la alimentación del bebé por vía intravenosa, cuando debía haberlo hecho por vía nasogástrica, ha sido apartada del servicio. Un servicio especial al que acababa de llegar para cubrir una suplencia y sin la menor experiencia en la administración de los cuidados propios de una uci de neonatos, aunque ahora no se trata de eso.

Se trata ahora de reconocer que son demasiados errores como para arrinconarlos en la inofensiva neutralidad de los llamados casos «aislados» o «puntuales». Sin caer en la tentación de las generalizaciones o los razonamientos en caliente, lo mínimo que podemos hacer es tratar de establecer si la causa de la muerte de Rayan empieza y termina en el fallo humano de una enfermera o más bien, y además, hemos de mirar hacia los responsables que la situaron en ese puesto y en esas condiciones. Falló el individuo -error humano-, falló el sistema o fallaron los dos. ¿Murió Rayan como consecuencia de la negligencia profesional de una joven enfermera o como efecto lógico de una organización deficiente?

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