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Por JAVIER GARCÍA CELLINO en La Nueva España…

Por JAVIER GARCÍA CELLINO en La Nueva España…

Velando el fuego

El 29-S

El despido y las jubilaciones como argumentos de apoyo al paro

Imagínese la siguiente escena (si no se remedia, será cada vez más frecuente en el escenario de las relaciones laborales). Usted es un/a trabajador/a de una empresa de la construcción, del metal, del textil o de la que a usted más le guste (sirve para todas). Como todas las mañanas, acaba de llegar a su puesto de trabajo dispuesto a partirse un riñón y tres cuartos del otro para ganar un sueldo de mileurista, en el mejor de los casos. Su superior le dice que vaya al despacho, pues tiene que hablar con usted. Tras invitarle a sentarse, eso sí, con buenos modales, su jefe, que es alto o bajo, rubio o moreno, más grueso o más delgado, pues los hay de todos los tipos y tamaños, le arroja una marmita de aceite hirviendo al rostro: «Queda usted despedido». Como es lógico, el despedido, o sea, usted, pone esa cara de panoli que se acostumbra a poner en situaciones así, de modo que su superior no tarda en aclararle que se trata de un despido objetivo, por pérdidas actuales. Pero, no obstante, si a usted no le gusta este motivo -su jefe está dispuesto a hacerle más dulce el mal trago- puede cambiárselo por el de pérdidas previstas, que es algo más etéreo y que tiene relación con el futuro, ese señor que casi nunca llega a tiempo a sus citas. Y, de todos modos, si usted tiene aún alguna duda, puede canjearlo por un despido más rimbombante, una fraseología de evidente calado literario, que consiste en dejarle a usted en la calle por «disminución persistente del nivel de ingresos» (del empresario, claro está).

Éste será, a partir de ahora, el panorama con el que se van a encontrar los trabajadores de nuestro país. Si conseguir un empleo se ha convertido en una labor harto difícil, conservarlo lo será aún más. El despido objetivo es una herramienta poderosa que lo mismo sirve para poner un ladrillo que para asfaltar una carretera, de modo que a la mínima de cambio, o de humor de su jefe, eso depende, se encuentra usted con la carta de despido en el bolsillo de la chaqueta.

Si a esta indefensión le añade que dentro de nada la edad de jubilación será a los 67 años (eso como mínimo), que el período de cotización para el cálculo de su pensión no tardará mucho en comprender todo el ciclo laboral, o que -entre otras perlas de la reforma- se necesitarán 38 años de trabajo, al menos, para poder tener derecho a la pensión, no le costará mucho darse cuenta de que entre lo que postulamos y lo que hacemos hay casi siempre un océano de mentiras, la misma distancia que existe entre las promesas del Partido Socialista y la cruda realidad de los currantes de este país.

El día 29, con ocasión de la convocatoria de Huelga General, es un buen motivo para demostrar que los ciudadanos de este país somos algo más que una estatua de resignación. No confundamos los árboles con el bosque, y no nos dejemos engañar por los ataques de la derecha, de la ultraderecha, de los empresarios y de algunos medios de comunicación.

Es cierto que los sindicatos llevan años haciendo una política de gestión, y que algunas de sus ramas no presentan, precisamente, un aspecto muy saludable, pero vayamos más allá, no nos quedemos sólo a la entrada del monte, y pensemos que, gracias a ellos, y a sus errores, el bosque no se ha convertido aún en una selva, como sería el deseo de tantos empresarios desaprensivos a los que les encanta prender fuego a todo lo que estorbe sus planes de quema.

Aún hay tiempo de cambiar las cosas. Aunque sólo sea para no tener que poner siempre la misma cara de panolis.

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