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Algo del debate …

Algo del debate …

Un último duelo muy bronco

Zapatero: «Usted miente a sabiendas, es el perfecto perro del hortelano, solamente pide elecciones»

Rajoy: «Está de los nervios, no le voy a tener en cuenta sus insultos; será el presidente que deje peor herencia»

La Nueva España

El presidente del Gobierno y el líder de la oposición convirtieron su último debate del estado de la nación en un duelo áspero, duro y bronco en el que se acusaron de mentir, de insultar y de estar de los nervios. Aunque al final le pusieron al rifirrafe un broche de caballeros.

Rajoy cerró su intervención diciendo: «Quiero expresarle el respeto y la consideración que profeso hacia su persona y quiero transmitirle mis mejores deseos para su futuro personal y familiar». Zapatero le contestó: «Como usted a mí, le deseo lo mejor en lo personal. Políticamente no puedo. Compréndame».

Antes, en los turnos de réplica, el Presidente no tuvo reparos en decirle: «Yo le acuso de dar cifras sobre nuestra riqueza, renta per cápita y Deuda Pública que no se corresponden con la realidad. Usted miente a sabiendas». «Ha apostado por desear que las cosas no mejoren para ver si así mejoraba usted, porque es muy difícil que usted mejore, a tenor de los índices de confianza», añadió.

En el fragor del debate llegó a acusar a Rajoy de «no tener plan, ni programa para decir qué reformas quiere», y sólo se dedica a oponerse a las medidas del Ejecutivo. «Usted es el perfecto perro del hortelano, ni apoya ni propone nada. Sólo sabe pedir elecciones».

El Presidente le recordó que la decisión de convocar elecciones depende sólo de él y de si sigue contando con la «confianza» del Parlamento.

Rajoy, por su parte, acusó a Zapatero de que «con un balance como el suyo» es muy difícil presentarse en el Congreso. «Usted ha sido el presidente que ha recibido la mejor herencia de la democracia y va a ser el que deje la peor herencia», le dijo.

«Ya está bien de echarles la culpa a los demás. Nunca en este Parlamento la oposición hizo tantas propuestas y nunca el Gobierno votó tantas veces en contra de ellas», exclamó Rajoy, que llegó a preguntar a Zapatero: «¿quién se ha creído que es?».

«Está usted de los nervios. No le voy a tomar en cuenta sus insultos. He visto que los ha traído escritos a máquina», dijo Rajoy, quien reprochó al Presidente haber acometido «el mayor recorte de derechos sociales de la democracia». El rifirrafe entre Zapatero y Rajoy ha sido interrumpido por murmullos, llamadas de atención del presidente del Congreso, José Bono, que llamó la atención a Moraleda y a Moragas. Al final, el Presidente dijo que el debate no fue duro. El PSOE vio ganador a Zapatero, y el PP, a Rajoy.

Hay que odiar mucho a Zapatero para resignarse a Rajoy

El Presidente no convence y en su reencarnación como mago de la economía juega a desligar la crisis del paro

Por MATÍAS VALLÉS

Zapatero se expresa en el debate del estado de la nación como si ignorara a España, Rajoy como si la despreciara -«nuestra decadencia»-. Refugiados detrás de una barricada de números, los dos líderes cuya retirada debió simultanearse demostraron ayer por qué un etéreo 15-M les arrebata el protagonismo con facilidad pasmosa. «¿De qué presume usted?», plantea el presidente del PP antes de jactarse de la herencia que Aznar dejó a los socialistas. Curioso discurso, en boca del ministro del Interior bajo cuyo mandato se incubó el 11-M.

Muy fuerte ha de ser el odio a Zapatero, para resignarse a Rajoy. Se ha hecho realidad la sentencia que Ezio Mauro -director de «La Repubblica»- dedicó a Berlusconi, «la flauta ha dejado de sonar». El presidente del Gobierno fue el hábil flautista de Hamelín que cautivó a la ciudadanía con recursos limitados. Ahora el Estado le ha nevado sobre la cabeza, y al presidente popular le basta con entonar las cifras del paro sin variar apenas de diapasón.

Rajoy no aparece convincente ni cuando reclama las elecciones que está condenado a ganar. Para descalificar a Zapatero, proclama que «la confianza es indispensable». Según el CIS que invoca el propio presidente del PP, la mayoría de sus votantes desconfían de él. Simplemente, se conforman desesperanzados. El propio Rajoy admite la inestable plataforma desde la que concreta sus pretensiones, al confesar que los ciudadanos no demandan «tanto quién gobierna» como a quién le trasladan el poder. Y piensa, erróneamente, que no hay una tercera posibilidad. En realidad, le convendría sustanciar sus virtudes antes de llegar a la Moncloa.

Cuando se aparta de las cuartillas donde lee hasta el «buenas tardes», Rajoy muestra una deriva peligrosamente antidemocrática. Así, cuando sentencia que al frágil Zapatero «no le ampara más que la ley», liquida de un plumazo el estado de derecho, cuando sería más correcto precisar que la continuidad hasta marzo del Gobierno viene avalada «nada menos que por la ley».

Las prevenciones que suscita Rajoy no mejoran el predicamento de Zapatero, porque la pérdida del deseo político es irreversible. Un gobernante se halla en posición desesperada cuando utiliza la expresión «entre todos». Salió de labios del líder socialista inasequible al desaliento, ajeno a la escasa sensibilidad de los mercados hacia las visiones ecuménicas. Al presidente ya no le funciona ni el homenaje a los soldados del ejército hispanoamericano de España heridos y fallecidos en Afganistán, porque inspira la réplica inmediata: ¿qué hacen las tropas en esa guerra de nadie? Y no articula una respuesta convincente.

El debate de la nación española se disputaba simultáneamente en Madrid y Atenas, porque el comportamiento heleno puede ser más decisivo que la monomanía de Rajoy para forzar un adelanto electoral. Zapatero se enfrenta a este desafío global con una borrachera de macroeconomía que pueriliza a la audiencia y lo aleja de los ciudadanos. Cuando habla de «esfuerzo contracíclico», obliga a consignar que ningún jefe de Gobierno del planeta se emplearía con esa arrogancia lingüística. Por emplear otro de sus latiguillos de lector apresurado de Paul Krugman, es una jerga de «difícil digestión».

En el PP, los discursos de candidato a la Moncloa corren a cargo de Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid, donde pormenoriza las cuestiones generales que escamotea Rajoy. Al abordar su fetiche vasco, el candidato conservador se refugia en un nebuloso «lo que ha ocurrido con Bildu». A continuación se desdice en que «puede ya haber sucedido». O sea, que no ha ocurrido «lo que ha ocurrido». Entretanto, se abraza en Cataluña al soberanista Artur Mas, que vota en los referendos por la independencia.

En su reencarnación como mago de la economía, Zapatero juega a desligar la crisis del paro con un serrucho, como si fueran las dos mitades de una doncella. Olvida que la crisis es el paro, y que las filigranas que traza para evitar el desempleo disparan el escepticismo. Ningún partido sobrevivirá en el poder con esas cifras, como bien saben en Estados Unidos. Tampoco cabe descartar que los excesos populares en la crítica al PSOE acaben por mermar sus pretensiones.

Zapatero no concedió baza a Rubalcaba, al proyectarse «después de las próximas elecciones, gobierne quien gobierne entonces». El Presidente se despidió de la fiesta parlamentaria al borde de las lágrimas. Se sabe depuesto y camino del martirio, con la ilusión de que la inevitable revalorización de su tarea le alcance en mejores condiciones físicas que a su admirado Adolfo Suárez.

Los enfrentamientos entre Rajoy y Zapatero pasarán a la historia por su frecuencia, ya que no por su calidad. Es posible que el líder popular que nunca ha ganado unas elecciones como cabeza de cartel -ni en el seno de su partido- carezca de sentido al despojarlo de su eterna pareja de baile. Dado que Rajoy insiste en labrarse otro futuro, habrá que precaverse contra sus ramalazos despóticos, véase el «¿Quién se ha creído usted que es?» dirigido no sólo al presidente del Gobierno, sino a cualquiera que se atreva a contradecir sus indefiniciones.

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