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En la plaza Syntagma de Atenas el 4 de abril de 2012…

En la plaza Syntagma de Atenas el 4 de abril de 2012…

Dimitris Christoulas: toda la tierra se debería sobresaltar

Por El Secreto del Olivo

“Voy a salir a buscar la verdad sobre mi país” John Steinbeck

A Dimitris Christoulas, un hombre digno.

Sebastián de la Obra 

Dimitris Christoulas, farmacéutico jubilado se pegó un tiro en la plaza Sintagma de Atenas y la tierra no se sobresaltó. En la nota que dejó escrita, traducida al final de este artículo, menciona a un ministro de nombre Tsolakoglou. Curiosa restauración de la memoria. Este ministro fue el artifice colaboracionista de la ocupación nazi del norte de Grecia. Facilitó el exterminio de la comunidad judía (sefardí) de Salónica. Más de ochenta mil sefardíes salieron de Salónica en trenes hasta Auschwitz/Birkenau y nunca volvieron. Su mención a este complice del exterminio es un acto de justicia restaurada. Abre el archivo cerrado de la historia. Como lo abrió Mohamed Bouazzi en Túnez. Los que abren los archivos y expedientes cerrados (injustamente) de la historia son dignos de admiración.

Dimitris Christoulas se pegó un tiro porque no podía soportar ver reducida su vida a un despojo de la historia. Harto y cansado se rebeló en este último acto… Todo se eclipsa ante el último acto. Un acto como revés de la vida. Dimitris escribe que he decidido poner fin a mi vida de esta forma digna… y la lógica del mensaje supera a la lógica de la sintaxis. Palabras convertidas en signos que, a veces, no se comprenden.

La vulgata mediática sacará del cubo de la basura múltiples interpretaciones. Psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, curas, médicos, sociólogos y políticos de todas las marcas acudirán como las moscas y justificarán y banalizaran este acto. Depresión, angustia, estado de ánimo, crisis aguda de ansiedad…

Walter Benjamin decía  que nada irrita más que el rostro hipocrático de la Historia. Por eso se oculta. El rostro del dolor, del sufrimiento y de la injusticia siempre se oculta. Porque irrita. Porque molesta. Dimitris Christoulas con su último acto ha construido un relato como narración del dolor y nos ha provocado a muchos un sentimiento de agitación y perturbación dificil de explicar. Una conmoción que nos debería rescatar. Porque no hay ética sin testimonio. No la hay… Ay!

Muerte de un boticario

08/04/2012, en La Voz de Asturias, por Julio César Iglesias

Dimitris Christulas no optó por la cicuta. Farmacéutico jubilado, sabía de sus efectos letales, pero buscó un final distinto al de Sócrates, conocedor de que a su malestar debía buscar una respuesta diferente. Los mismos hipócritas, idénticos tiranos, pero 2.500 años después. Prefirió el estallido de la bala en la sien. Tenía 77 años y la dignidad del que se niega a rebuscar comida en la basura. En un bolsillo llevaba la pistola, en el otro una carta de despedida. Con la primera se disparó en la cabeza, con la otra apuntó hacia los responsables de las miserías sociales que nos aquejan en esta primavera del miedo.

No fue casual que esto ocurriese en Grecia. Ni mucho menos en la plaza Sintagma de Atenas, ágora constitucional, y frente al parlamento heleno. La decisión de Dimitris y su escenificación está cargada con toda la pólvora de las metáforas: en el mismo útero de la democracia, un boticario cansado de las imposiciones de los burócratas, tecnócratas y demás siervos del despotismo monetario optó por decir basta. Y lo hizo de la forma más radical conocida: volándose la tapa de los sesos.

Mucho se ha dicho de la dictadura de los mercados, más se ha escrito del ninguneo de la voluntades ciudadanas. El grito de Dimitris va más allá: lleva la munición del desesperado, sin el plomo del viejo nihilismo, pero con la razón del que ya no le queda nada.

No se trata ahora de convertir al farmacéutico ateniense en un héroe. Nos sobran mitologías. En su desesperación de pensionista depauperado llama a los jóvenes a empuñar las armas, a iniciar una nueva resistencia frente al terrorismo económico. Son palabras mayores fruto de la agonía personal de un jubilado para el que el porvenir sólo tenía una dirección: la del callejón sin salida.

Pero la desesperación de Christulas es contagiosa. Sin necesidad de inmolarse públicamente, habrá otros muchos dimitris que sólo verán abierta la puerta del abismo. Y volverán las trincheras y entonces se echarán de menos los tiempos en que se aportaron suficientes razones para no prender las mechas del malestar.

Ahora es el momento en el que surgen tantas preguntas por la ética de la responsabilidad (de la moral de la convicción hace años que se olvidaron) de nuestros representantes públicos, incapaces de invocar la supuesta bondad de sus valores y mucho menos de tener en mente las consecuencias de sus decisiones. La muerte del anciano boticario ateniense es una de ellas.

George Steiner, uno de los últimos sabios, certificó que «Europa se olvidó de sí misma cuando olvidó que nació de la idea de la razón» y advirtió de los peligros de traicionar el viejo ideal ilustrado por la pesadilla de los mercaderes. Steiner lo dejó por escrito: «La creencia en el final de la idea europea y sus moradas es casi una obligación moral. ¿Con qué derecho habríamos de sobrevivir a nuestra humanidad suicida?». La respuesta se la dio Dimitris Christulas, en Atenas, el 4 de abril de 2012.

La carta

“El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta sin ninguna ayuda del Estado durante 35 años. Y dado que mi avanzada edad no me permite reaccionar de otra forma (aunque si un compatriota griego cogiera un kalashnikov, yo le apoyaría), no veo otra solución que poner fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir. Creo que los jóvenes sin futuro cogerán algún días las armas y colgarán a los traidores de este país en la plaza Syntagma, como los italianos hicieron con Mussolini en 1945″.

Dimitris Christoulas

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