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Interesante para evaluar lo que se debería esperar de la reunión de Merkel, Hollande y Monti, a la que Rajoy ha sido invitado, que se producirá este próximo mes…

Interesante para evaluar lo que se debería esperar de la reunión de Merkel, Hollande y Monti, a la que Rajoy ha sido invitado, que se producirá este próximo mes…

Una doble crisis de confianza

Por Josep Borrell, Presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia (Italia)

nuevatribuna.es

La crisis se agudiza con Grecia y España convertidos en los dos puntos débiles de la zona euro en los que se dibuja el peor de los escenarios, el de un ‘bank run’, un pánico bancario. Algo que ya es una realidad en Atenas y una amenaza en Madrid si no se restaura pronto la confianza. Las cosas están francamente mal. Desde las elecciones de mayo los griegos han retirado 3.000 millones de euros de sus cuentas bancarias y casi 1.000 millones el pasado lunes. Y la desconfianza sobre las cuentas públicas y la situación de los Bancos en España es simplemente total. Se nos está poniendo cara de Grecia a base de corregir el déficit al alza cada dos por tres hasta llegar a casi al 9 %, que fue la cifra que declaró Papandreu en el 2009 y provocó la crisis. Y cara de Irlanda, porque ya son varias las veces en las que tenemos que exigir recapitalizaciones bancarias, después de jurar que a base de “fusiones frías” entre Cajas, tratando de compensar la mala situación de unas con la todavía peor de otras, habíamos resuelto el problema.

En estas circunstancias, debo dar la razón al fogoso Alexis Tsipras, líder de Syriza, el nuevo partido de la izquierda griega, y a nuestro flemático presidente del Gobierno Mariano Rajoy. A Alexis cuando dice que los griegos nunca podrán pagar lo que les prestamos si su economía no crece y que las políticas de austeridad que les imponemos lo hacen imposible. Es lo que piensa y dice ya media Europa y parte de Alemania. Parece que lo piensan hasta los líderes mundiales del G-8 reunidos en EEUU, pero no han aportado muchas soluciones concretas. Reconocen que la austeridad y el crecimiento deben apoyarse mutuamente, pero no hay ni una sola medida concreta que diga cómo hacerlo. Y Merkel no ha modificado su posición, al menos abiertamente. Esperemos que la reunión de Merkel, Hollande y Monti, a la que Rajoy ha sido invitado en última instancia, sirva para algo más que las de Camp David.

Y también tiene razón Rajoy cuando dice que la hora exige la urgente intervencion del BCE, que es el único que puede evitar que descarrile la Deuda pública española y que los eurobonos, suponiendo que se llegara a un acuerdo sobre ellos, no son una solución que pueda llegar a tiempo de evitar la catástrofe. Los eurobonos son una buena y hermosa idea, serian un buen ejemplo de solidaridad europea, pero no son para pasado mañana y las soluciones se necesitan para ayer. Los eurobonos implican una garantía colectiva que exige una confianza reciproca y un pacto riguroso, controlable y cuya aplicación esté asegurada. Y estamos muy lejos de todo eso.

En Grecia, las nuevas elecciones abren un periodo de máxima incertidumbre y aumenta el temor de una salida del euro. En España, Bankia agrava las dudas sobre la situación real del sistema financiero, con 16 Bancos rebajados en su calificación por la agencia Moodys. El Gobierno nacionaliza Bankia, exige nuevas recapitalizaciones a los bancos, rechaza la ayuda europea para financiarla y llama a auditores internacionales para que nos digan la situación real de nuestros bancos, desprestigiando de paso al Banco de España.

Esos dos problemas a la vez, una salida de Grecia del euro y un colapso bancario en España, plantearían una situación demasiado complicada para que Europa la pudiese resolver. Juntos generarían un crecimiento exponencial explosivo de la crisis.

Desde el punto de vista estrictamente económico, los 780 mil millones de euros disponibles en los fondos de rescate europeos serían insuficientes. Pero el problema político sería mucho más grave. Rajoy sigue negándose a pedir la ayuda europea para recapitalizar los Bancos, mientras no se ve de dónde puede salir el dinero para hacerlo, si solo contamos con nuestras propias y debilitadas fuerzas. En mi opinión debería pedir esa ayuda cuanto antes, o mejor dicho aceptarla, puesto que ya son más de uno los dirigentes europeos que consideran que la necesitamos.

La buena noticia, en el terreno de lo concreto, es que los sindicatos alemanes del metal han conseguido un aumento salarial del 4,3 %, una subida record desde 1992. Ese acuerdo marca un cambio de era en las políticas salariales alemanas y esa es la mejor de las noticias. Ya no estamos en los años 90, cuando la amenaza para las exportaciones alemanas era el coste del factor trabajo. Ahora el problema es el hundimiento de la demanda en sus países vecinos, que son también sus grandes clientes.

Ese aumento salarial va en la línea de los que defendemos que el reequilibrio de la eurozona no puede hacerse solo con ajustes a la baja en los países deficitarios, es decir, con una deflación de caballo en el Sur. Sino que los países excedentarios tienen también que contribuir con aumentos de su consumo, lo que pasa por aumentar los salarios y aceptar un poco más de inflación en el norte para reequilibrar el conjunto de la eurozona. Por eso, ese acuerdo en la negociación colectiva alemana, al que hay que sumar una subida del 6 % en la función pública, es más elocuente que muchos de los rechazos a un relanzamiento del consumo interno en Alemania.

Los griegos no quieren salir del euro. Ni siquiera la nueva izquierda, que puede ganar las elecciones, lo pretende. Pero piden condiciones de ajuste más realistas que no conduzcan, como está ocurriendo, a una recesión económica y una grave crisis social. Cuando las políticas económicas rompen la confianza de la sociedad en sí misma es muy difícil aplicar las reformas necesarias para encontrar una futura solución a los problemas actuales. Churchill prometió sangre sudor y lagrimas pero su mensaje llevaba implícito que esos sacrificios eran el camino de la victoria. Pero si solo se proponen sacrificios sin esperanza, a partir de un cierto nivel de frustración los “animal spirits” de las sociedades democráticas no los aceptan. Y eso es lo que puede provocar la salida de Grecia del euro, aunque el remedio sea peor que la enfermedad.

Esa salida costaría al conjunto de los contribuyentes europeos del orden de 225.000 millones de euros, que es el importe de la Deuda pública griega, que está en manos de las instituciones públicas europeas, ya que es de suponer que se produciría un ‘default’ masivo de la misma.

Pero, cuando se analiza la prensa europea, se ve que preocupan más todavía las consecuencias de un colapso a cámara lenta del sistema financiero español si se acentúan los síntomas de retiradas de depósitos y de capitales de los Bancos más afectados por los activos tóxicos inmobiliarios. Esa pérdida de confianza sería fatal, no sólo para España sino para el conjunto del sistema financiero europeo. La hipótesis de una salida de Grecia del euro se ha ido asumiendo progresivamente y sus consecuencias se consideran digeribles, pero el problema de España es de otra dimensión. Los dos juntos producirían eso que en la historia financiara reciente ha quedado acunado como el “Lehman Brothers momentum”.

¿Y con qué instrumentos se cuenta para evitarlo? Hasta ahora hemos capeado el temporal con las dos inyecciones de liquidez del BCE a los Bancos por 1 billón de euros y los 780 mil millones de los fondos de rescate, el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, para ayudar a los gobiernos.

El BCE puede inyectar más liquidez y el fondo de rescate se puede ampliar. Y seguramente habrá que hacerlo, pero si no se restablece la confianza en el sistema el problema no tiene solución. El total de depósitos bancarios en Italia, España, Grecia y Portugal suma 5,5 billones de euros, casi ocho veces la dimensión del MEEF. Y si los ciudadanos de un país se convencen de que sus euros se van a convertir en monedas nacionales fuertemente devaluadas, es lógico que los retiren de sus Bancos y se los guarden donde puedan. Es lo que está ocurriendo de forma acelerada en Grecia, donde los depósitos bancarios han disminuido en más de 60.000 millones de euros desde que empezó la crisis.

Este no es el caso de España. Quizá porque, a diferencia de Grecia, nadie se toma en serio la posibilidad de una salida del euro. Ha habido movimientos intrasistema, desde entidades con más riesgo a otras más seguras. Pero a medida que aumenta el porcentaje de activos tóxicos, como consecuencia de la caída de los precios inmobiliarios y de la desaparición de buena parte del tejido económico de pequeñas y medianas empresas que no han podido sobrevivir a la falta de crédito, aumenta también la tentación de buscar más seguridad en Bancos de otros países.

¿Podrían los Gobiernos europeos hacer como se hizo en EEUU en los peores momentos de la crisis financiera del 2008 y asegurar colectivamente los depósitos bancarios de todo el sistema financiero europeo? Una idea que ya se consideró y que no prosperó por sus evidentes dificultades políticas. La única solución es actuar rápidamente para evitar la expansión de la desconfianza y eso exige disponer de recursos que España sola muy probablemente ya no puede aportar. De forma inmediata la palabra la tienen en Frankfurt, donde el BCE podría y debería evitar que la prima de riesgo española, e italiana, aumente hasta límites insostenibles.

Y después hay que conseguir que la economía vuelva a crecer y cree empleo, sabiendo que los márgenes de una expansión fiscal son muy estrechos, simplemente porque los mercados financieros no la van a financiar. Hollande ha puesto sobre la mesa algunas ideas interesantes, pero me temo que insuficientes. Incluso doblando los recursos del BEI, estamos hablando de un 1 % del PIB europeo. Necesitamos tiempo para una estrategia de reequilibrio que pase por aumentar la productividad en el Sur, combinada con una deflación socialmente digerible en el Sur y una inflación, también psicológicamente digerible, en el Norte. Y mientras tanto hay que restaurar la confianza y evitar el colapso bancario. Y para ello el papel del BCE sigue siendo la única variable de control utilizable de forma inmediata.

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