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Tal cual…

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Camino al neoesclavismo

Por Jorge Moruno, Sociólogo y autor del blog larevueltadelasneuronas.com

La modernidad puede resumirse, entre otros aspectos, como el proceso de naturalización del trabajo en la actividad humana y con ello el deber a la disciplina. Como anunciaba Jovellanos, el Estado debía pasar de centrarse en hacer la guerra para convertirse en un estado de producción. Jovellanos también criticaba la asistencia social puesto que desde su punto de vista, desincentivaba la obediencia de la población al trabajo. En la misma línea, el Presidente del Consejo de Ministros de Isabel II, Bravo Murillo, argumentaba contra la construcción de un colegio que “España no necesita hombres que sepan, sino bueyes que trabajen”.

La era industrial se caracteriza por destruir el saber obrero todavía impregnado de las antiguas formas del trabajo gremial, y despiezarlo en miles de actos rutinarios, fáciles de ejecutar, para, así, obligar a las masas desposeídas a ingresar en las fábricas. Burocracia y jerarquía eran sus señas de identidad. Por eso Henry Ford empezó a pagar 5 dólares al día y no 2,5 como se estilaba, porque necesitaba garantizar la sumisión ante la aberración del trabajo fabril de la que el obrero siempre se fugaba.

El Estado de Bienestar ha sido entonces fruto de una combinación de necesidades productivas, con logros conseguidos por las luchas obreras. La dictadura de la fábrica y el taller se compensaba durante un breve periodo, con la universalización en el acceso a los derechos y el disfrute del ocio ajeno a la producción.

El neoesclavismo que se asoma inicia el camino de la historia a la inversa, arrastrando los cambios que han tenido lugar en los últimos 200 años. Hoy el capitalismo extrae la riqueza de otra manera, aunque también mantiene vivas las viejas formas. No existe ninguna compensación social al modelo precario de producción. El neoliberalismo no es capaz de otorgar un volumen de trabajo necesario para garantizar un mínimo de dignidad a la población. Lo que no es óbice, para que la retórica oficial continúe apoyándose sobre el imaginario que lleva asociado el trabajo en nuestra sociedad. Aunque éste ya no cumpla su función como elemento de integración social.

Así, de esta forma, el parado se construye socialmente como parásito y el que está empleado como privilegiado. Eres culpable por no obtener lo que casi no existe, o afortunado por sufrir lo que hasta hace no mucho era un yugo más que un lujo. Un tiempo puedes ser parado –o mucho–, a veces trabajar, pero siempre inseguro, sometido al tiempo empresarial. Frente a esta situación de plena incertidumbre se exige implicar el alma en la empresa, pidiendo que des todo por ella cuando busca pagar siempre menos por ti.

En una sociedad dominada por la imagen, la pelea por la atención, la comunicación y las ideas transformadas en mercancía, todos somos emprendedores. La innovación aumenta con la cantidad de personas conectadas, donde juntas se dotan de un mayor conocimiento compartido. Los grados de potencia singulares aumentan en colectivo.

El Renacimiento supuso sobre todo el saber liberado del claustro, y puesto al servicio de más mentes y vidas. Así surgieron los Da Vinci, Maquiavelo, o Copérnico. Esto es perfecto; el problema reside cuando el capitalismo busca que esa innovación colectiva se ponga al servicio privado de la empresa y el valor de cambio. Como un parásito absorbe y se nutre de su víctima hasta que esta no de más de sí. Utilizan los recursos comunes, –desde el campo, el agua o las ideas–, para fines mercantiles, y vendernos productos a través de una publicidad que emula rasgos revolucionarios y transgresores; siempre apelando a la idea de cambio.

El neoescalvismo se nos presenta en defensa de la libertad. Agentes libres que deciden según su capacidad de intervención pública –el dinero–, lo que comprar o donde trabajar. Son libres de despedirte o de ofrecer paupérrimas garantías y tú eres libre de marcharte o de no aceptar esas condiciones. Todos somos libres para convertirnos en siervos, cuando la parodia de la vida simulada transcurre entre pozos de consumo y la desesperación se viste de cinismo y miedo.

Al esclavo le aseguraban un techo –las infames ergástulas– y la manutención, pero en su versión renovada esto no se incluye. El neosclavismo debe empujarnos a superar el miedo y enfrentarnos a la necesidad de exigir una renta básica y no un trabajo precario, porque necesitamos reinventar las formas de protegernos contra los vaivenes del mercado caótico. Apropiarnos del tiempo y su riqueza para garantizar la vida en lugar de la renta y deuda financiera. La defensa de la democracia y el sostenimiento de la vida se ubican hoy más que nunca, en las antípodas del capitalismo.

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