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Por VÍCTOR GUILLOT, hoy en La Nueva España

Por VÍCTOR GUILLOT, hoy en La Nueva España

Espejo de villanos

29-S

Zapatero debería comprender que no se puede gobernar bajo el chantaje de los mercados

El otro día, en la huelga general, Toxo se lo dijo a los currantes: «No nos resignamos a perder el futuro. Si el Gobierno quiere suicidarse, es su problema». El futuro es el éxtasis del tiempo, la mejor metáfora del mundo, o sea, de nosotros mismos. Y en este tiempo extático, ya sabemos que la huelga general logró parar las ciudades más importantes de este país y que se alzara el humo de las barricadas, incluida ésta, que también vive la obsesión permanente de construir otra metáfora, otro futuro distinto del que nos ha tocado.

Hemos vivido la huelga general como el gran acontecimiento que inauguraba el nuevo curso político. El acontecimiento es una porción de tiempo que se toma y se traslada al futuro, y ya lo dice Antonio Gutiérrez: todas las huelgas mejoraron el futuro de los trabajadores. Ayer, en «El País», el ex secretario general de CC OO se lo advertía muy elocuentemente al presidente del Gobierno: «Si la humildad que acompaña la inteligencia se abre hueco entre la vanidad que rezuman los que se precian de listos, tal vez pueda reconocerse ahora que una huelga general no es un artificioso juego de cínicos que camuflan sus respectivas debilidades poniendo en danza a trabajadores e instituciones».

Así que, mientras el acontecimiento se iba sucediendo, uno acompañaba tranquilamente a los piquetes que iban alzando banderas rojas, alegres y populares y ponían algo de revolucionario, festivo y frentepopulista a las fachadas de la calle San Bernardo. Todavía hay quien se pregunta para qué sirve una huelga y olvida que la de 1977 reclamó la libertad sindical, que la de 1985 se hizo contra la reforma de las pensiones, que la de 1988 derribó el plan de empleo juvenil, que la de 1992 paralizó el recorte de las prestaciones del desempleo (cuando el Inem registraba superávit), que la de enero de 1994 frenó una reforma laboral cuyo principal objetivo era abaratar el despido a cambio de estabilidad en el empleo (como la actual) y que la de junio de 2002, la séptima de la democracia y la única contra el PP, tumbó un decreto del Gobierno que perseguía reducir el paro entre los nuevos demandantes de trabajo. De modo que la huelga es el acontecimiento político que pone entre las cuerdas toda la política de un Gobierno y coloca a cada cual en su sitio. Dicho de otra forma: no ha habido en España una sola huelga que no significara una conquista social en el tiempo para la clase trabajadora.

Así las cosas, Zapatero se enfrenta al socialismo real de los sindicatos, que han lanzado una respuesta democrática al socialismo gubernamental y de diseño del secretario general del PSOE. Méndez y Toxo han trabajado esta huelga de un modo silencioso, frente a las hordas criminales que dibujaron los herederos de Foxá y otros fascistas sentimentales del treinta y seis. Casi parece que el éxito de esta huelga no se deba a la Razón, más o menos opinable, sino a la Historia, siempre imparable. Por lo tanto, lo que Zapatero debería comprender desde el 30 de septiembre es que no se puede gobernar bajo el chantaje de los mercados y tratar de lavarse la cara cada vez que negocia con los sindicatos. Aún así, nuestra historia le enseña que es posible rectificar. A fin de cuentas, todos los gobiernos anteriores rectificaron.

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