El Hospital Central realiza 8 trasplantes procedentes de donantes no emparentados
Médulas del mundo para pacientes de Asturias
Amparo Ramos y José Pérez cuentan su experiencia en primera persona
Por la izquierda, José Antonio Carvajal, jefe de enfermería de la Unidad de Trasplantes; Juan Carlos Vallejo, director del programa; Soledad González, hematóloga; José Pérez; Inmaculada Pérez, y Amparo Ramos. carmen alonso
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Oviedo, Eduardo GARCÍA
Cuando Amparo Ramos y el niño José Pérez entraron esta semana junto a LA NUEVA ESPAÑA en una de las habitaciones de la unidad de Trasplantes del Hospital Central de Asturias, en Oviedo se les amontonaron los recuerdos. Cada uno de ellos pasó más de un mes en cuarentena en esas habitaciones de la planta quinta del hospital, convertidas en una suite en miniatura: nevera, microondas, bicicleta estática... «un dulce aislamiento», lo califica el hematólogo Carlos Vallejo, director del programa de trasplantes de médula ósea. Son habitaciones estériles de aire y agua filtrados, y ventanas selladas. El personal hospitalario que entra en ellas lo hace con mascarillas de alta eficacia. Todo pensado para preservar del mínimo contagio a pacientes que en días críticos, tras el trasplante, tienen sus defensas a cero.
Amparo y José han sido sometidos a un trasplante de médula alogénico no emparentado. Es decir, una médula llegada de cualquier parte del mundo, no procedente de un familiar de los enfermos. Es una técnica muy nueva en Asturias, iniciada a finales del pasado año y por la que ya han pasado ocho asturianos. Técnica que requiere una formación específica en el manejo de estos pacientes.
José tiene 13 años y es luarqués. A simple vista parece de menor edad, pero cuando comienza a hablar se escucha asombrosamente maduro. Buen estudiante, quiere ser ingeniero o arquitecto. Recibió el trasplante en pleno verano y vivió más de un mes de aislamiento en compañía, cómo no, de su madre. Se aburrió porque no es sencillo para un niño apasionado del fútbol y de las motos, encerrarse en veinte metros cuadrados durante semanas. Pero aguantó, como aguanta ahora las frecuentes analíticas a las que se ve sometido. Tan acostumbrado está que «ahora ya echo un ojo a la aguja».
No es casualidad que Amparo y José hayan sido escogidos para la realización de este reportaje. «Son personas particularmente positivas», dice Carlos Vallejo. «Si el enfermo pone de su parte, todo es mucho más sencillo». Amparo Ramos, enfermera de profesión, fue trasplantada en febrero y salió del hospital un mes más tarde, «totalmente convencida». Es posible que sea el final feliz de un largo proceso comenzado en 2002 con un trasplante autólogo, es decir, con médula propia. Dio resultado durante unos años. «En 2007 empecé a poner quimio» hasta que los médicos decidieron un nuevo trasplante. Vallejo explica que el trasplante «autólogo tiene menos capacidad terapéutica». A veces hay que ir más allá. «Hay enfermedades hematológicas que con quimioterapia o radioterapia se curan. Y las hay, sin embargo, que no hay forma de curarlas sin un trasplante».
El 70% de los pacientes con este tipo de enfermedades -leucemias, linfomas, mielomas...- no tiene un familiar compatible para realizar el trasplante. Los asturianos, hasta ahora, no tenían otra opción que someterse al trasplante de médula alogénico no emparentado en otras comunidades, principalmente Madrid, Cataluña, Andalucía y Comunidad Valenciana, donde se realiza en torno al 84% de este tipo de trasplantes, que, por cierto, se trata de un procedimiento médico por implantación intravenosa, no quirúrgico.
Nada traumático, pero la experiencia no es fácil. Los primeros días tras el trasplante se llevan relativamente bien; pero después se entra en una fase de malestar, fiebre, dolores de cabeza... A partir de ahí el tiempo comienza a correr a favor del paciente.
El protocolo médico permite que cada paciente de médula ósea viva su aislamiento en compañía de una persona que él elige. Con Amparo entró su amiga del alma Inmaculada Pérez. «Cuando me lo propuso, ni lo dudé». Carlos Vallejo añade: «Ésa es una elección muy importante. En las semanas de aislamiento se puede cambiar al acompañante, pero mejor que no lo hagan». Un simple catarro que pueda traer quien viene de fuera puede echar abajo todo el proceso. Amparo e Inmaculada aseguran no haber pasado especiales malos momentos. «Hablábamos mucho y, de vez en cuando, nos poníamos a reír y no parábamos. Un día las enfermeras notaron que estábamos mal de la garganta. Tranquilas, les dijimos, es de las risas de ayer», recuerda Inmaculada.
En todo caso, mejor no repetir. José Manuel Pérez, el padre de José, sabe que su hijo le echaba de menos, sobre todo en momentos concretos. Él vivió aquellas semanas desde esa media distancia que se hace tan dura. La familia se ha trasladado a vivir a Oviedo para tener más cómodo un seguimiento médico que ahora es muy frecuente pero que, al final del proceso, se puede reducir a un control anual y a muy pocos medicamentos. O a ninguno en el mejor de los casos.
A José y a Amparo los recibieron esta semana con los brazos abiertos en la Unidad de Trasplantes. Son como de la casa. Antes de que acabe la primavera se espera que otros cuatro pacientes sean sometidos al trasplante alogénico no emparentado. Hace justamente diez años que Carlos Vallejo realizó su primer trasplante de estas características en España, tras años de formación en los Estados Unidos.
Cuando se toma la decisión de realizar el trasplante, se realiza un estudio previo para conocer las características requeridas para el donante. El ingreso hospitalario del paciente se produce unos diez días antes, y tras el trasplante será preciso una estancia de cuatro a seis semanas. Hay pacientes con los que es mucho más sencillo encontrar la compatibilidad de tejidos.
La médula puede llegar de cualquier parte del mundo. El Hospital Central de Asturias trabaja con una empresa especializada en el transporte de material biológico que es la encargada de hacer llegar al centro la médula donada anónimamente, un litro o litro y medio de líquido de vida.
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