«Atender a 30 niños al día no es problema, pero atender a 60 es una monstruosidad»
«El gran inconveniente de la obesidad infantil es que es una enfermedad que en su inicio no presenta síntomas, la familia percibe sólo la estética»
Begoña Domínguez, ayer en Oviedo. jesús farpón
BEGOÑA DOMÍNGUEZ Presidenta de la Asociación Española de Pediatras de Atención Primaria
La Nueva España. Oviedo, Eduardo GARCÍA
-¿Cuántas consultas pediátricas de atención primaria se producen cada día en España?
-Somos unos seis mil pediatras en los centros de salud, más otros cinco mil en los hospitales. Cada pediatra de atención primaria puede ver todos los días una media que se aproxima a los treinta niños. Es fácil echar la cuenta.
-¿Asumible?
-Cuando hablamos de estadísticas no se refleja la realidad del colectivo. Treinta niños al día no son un problema, pero sesenta son una monstruosidad. Hay mucha descompensación, en determinadas zonas rurales las consultas son pocas, puede que en ocasiones no lleguen a la veintena, pero la inmensa mayoría de los pediatras que trabajan en áreas urbanas están sobrecargados. En las ciudades dormitorio de alrededor de Madrid, por ejemplo, no hay un pediatra que baje de las 40 consultas diarias. Terrorífico. Te pasas al menos dos meses de invierno en que el trabajo es poco menos que incompatible con una vida normal del médico.
Begoña Domínguez Aurrecoechea es asturiana y presidenta de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Ha sido nombrada hace tan sólo dos meses, aunque el nuevo cargo no la aleja, dice que por fortuna, de su consulta en el centro de salud de Otero, en Oviedo. Estos días participa en la IX Reunión Anual de la Asociación Asturiana de Pediatría, que se está celebrando en la capital del Principado.
-¿Cómo se puede ver a sesenta niños enfermos en una mañana y no morir en el intento?
-Es una cifra a la que muchos pediatras de atención primaria llegan en algunos días. Bueno, se trata de empezar a trabajar a las ocho de la mañana y, por supuesto, en la mayoría de los casos no terminar a las tres de la tarde, y seguir hasta que haga falta. El problema es que no da tiempo ni para pensar, porque es que tienes frente a ti a un paciente que, según la edad, no puede explicar lo que le pasa, y a un familiar que va con él y que está condicionado, angustiado en ocasiones.
-¿La pediatría requiere una «segunda vocación», además de la de médico?
-Yo creo que los pediatras somos gente generosa, preocupada por la vulnerabilidad que se percibe en nuestros pacientes. Es curioso, pero cuando hablamos entre pediatras siempre mencionamos a «nuestros niños», que es una forma de expresar cierto grado de sentimiento. No son hijos nuestros, pero son niños a los que atendemos desde el momento mismo de nacer hasta que cumplen 14 años. Y eso genera relación, empatía. A mí me ocurre que voy por la calle y la gente, madres e hijos, me saludan por el nombre de pila.
-Háblemos de la obesidad infantil.
-Es un problema grande, sí.
-Se hacen campañas y no creo que haya un solo pediatra en España que no esté en alerta, pero cada vez hay más niños obesos.
-En Asturias un 25% de los niños de 13 años tiene sobrepeso u obesidad. Y un 19% ya a los tres años. El asunto de la obesidad es multifactorial, es decir, que depende de los hábitos familiares y las políticas sanitarias, pero también de la tradición cultural, de la presión del entorno o las necesidades económicas de la familia. Desde el ámbito de la salud sólo tenemos un pequeño porcentaje de intervención.
-¿Percibe desde su consulta un mayor interés por parte de los padres ante el problema?
-El gran inconveniente es que estamos ante una enfermedad que en sus comienzos no presenta síntomas visibles. Esto no da dolor, ni malestar ni fiebre. Es lo que llamamos una enfermedad silente, y la familia percibe sólo el componente estético. Muchos niños ni siquiera eso. Lo que percibe el niño es la burla de sus compañeros, la tomadura de pelo en el colegio por culpa de sus kilos de más.
-Esa burla, ¿puede ser el principio de una solución?
-Casi nunca, porque está demostrado que el rechazo de los demás no suele generar sentimientos positivos en la línea de «voy a solucionar mi problema». Más bien al revés, el rechazo da en violencia, en depresión.
-¿Es bueno dejar a un niño con hambre?
-Una cuestión de orden: vamos a cambiar la palabra hambre por la de apetito. El hambre es un concepto negativo. Tenemos que levantarnos de la mesa con un poco de apetito, y eso vale para los adultos y para los niños. Pero es que cambiar la mentalidad de los adultos en este terreno es complicado. Los pediatras nos solemos poner en guardia cuando una madre nos dice eso de «qué bien me come» porque muchas veces no es que el niño coma bien, sino que come mucho. Frente a la obesidad se necesitan normas claras desde el período de lactancia.
-¿Algún consejo para padres desesperados?
-Cuando nos encontramos con un niño que come demasiado y que tiene tendencia al sobrepeso es preciso crearle sensación de saciedad sin necesidad de que coma tanto. Por ejemplo, habituarle a masticar más lento y a no tragar como los pavos. Y reducir el tamaño de los platos. Y la fruta al final, fundamental. Dos o tres piezas como complemento de la comida, en vez de acabar de llenarse con pan.
-¿Incluso a un lactante hay que dejarle con apetito?
-Los lactantes suelen regularse muy bien. Comen lo que necesitan, otra cosa es que acudan al reflejo de la succión, pero más por placer que por hambre. Hay padres que piensan que cuando un bebé lloriquea o se muestra incómodo es por hambre cuando a veces es justo al contario.
-Otro problema: el niño que no come ni a tiros.
-Los malos comedores se suelen dar en esa edad de preescolar o primera escolarización donde, además, los niños cogen una decena de procesos infecciosos al año. Hay que tener en cuenta que en la vida del niño hay etapas de crecimiento más intenso que otras. Etapas en las que es necesario mayor o menor ingesta.
-Yo me refiero a los recalcitrantes, a los del «no como, no como y no como».
-El niño usa habitualmente las comidas para llamar la atención, son los padres los que deben evitar entrar en guerras. Nunca se puede utilizar la comida como premio o como castigo con cosas como si te comes esto te doy un dulce o si no te lo comes vas a la cama castigado. Que el niño regule: ¿no tienes ganas de comer? Pues a ver si en la próxima comida te comes lo que ahora no quieres, cariño.
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