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Por JOSÉ MARÍA ZUFIAUR

Por JOSÉ MARÍA ZUFIAUR

Hacia una nueva refundación de la socialdemocracia

Si la izquierda ha llegado a esta situación es porque ha sido incapaz de adaptar su programa, sus métodos de acción y de organización a los cambios que se han producido en el capitalismo. Pero, también, porque la socialdemocracia predica una cosa y hace otra.

NUEVATRIBUNA.ES

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

El fracaso de la izquierda europea y, especialmente, de la socialdemocracia ya que es el componente inmensamente mayoritario de la misma, en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, en un momento en que todos los gobiernos volvían a las recetas keynesianas para hacer frente a la crisis financiera del capitalismo, dio un primer aviso de lo que estaba pasando. Su marginación de los Gobiernos nacionales de los Estados miembros de la UE – 23 sobre 27 están dominados por la derecha – había sido ya la segunda constatación de su propia crisis. Y la impotencia de la izquierda europea para dar a la crisis financiera y económica, una vez evitada al menos de momento con el dinero de los contribuyentes la quiebra del sistema financiero, una respuesta diferente a la de los recortes presupuestarios, la reducción de los derechos sociales y la disminución de las rentas del trabajo para seguir manteniendo las del capital – una respuesta conservadora que, precisamente, a quienes más está afectando es a los gobiernos socialdemócratas del sur de Europa (Grecia, Portugal y España) – ha puesto definitivamente en el centro del debate la necesaria refundación de la socialdemocracia y de la izquierda en su conjunto.

Si la izquierda ha llegado a esta situación es porque ha sido incapaz de adaptar su programa, sus métodos de acción y de organización a los cambios que se han producido en el capitalismo. Pero, también, porque la socialdemocracia predica una cosa y hace otra.

Mientras que el capitalismo se ha hecho global la izquierda sigue, básicamente, anclada en los ámbitos nacionales. A partir de los años setenta del pasado siglo, hemos ido pasando paulatinamente de un capitalismo industrial y nacional a un capitalismo globalizado y de hegemonía financiera. Los mercados, las empresas, la producción se han globalizado y el capitalismo financiero se ha convertido en hegemónico en la actividad económica. Las tecnologías de la información y la comunicación han hecho posible la fragmentación de la producción y la deslocalización de las empresas. La transmutación de las antiguas potencias comunistas, la ex Unión Soviética y China, hacia el capitalismo más total, además de la emergencia de otros países al comercio mundial, han puesto en concurrencia a los trabajadores occidentales con los asalariados de los países del Sur. Este desfase entre el ámbito de actuación del capitalismo y el de partidos y sindicatos de la izquierda supone una contradicción fundamental que ha sido nítidamente enunciada por el nuevo Presidente del SPD alemán, Signar Gabriel: “Las soluciones a todos los grandes problemas a los que estamos confrontados son internacionales, mientras que las respuestas que somos capaces de dar son, en lo esencial, nacionales”.

En el campo de las ideas, el liberalismo y el ultraliberalismo económico han vuelto con enorme fuerza en los años 80, y más aún tras la caída del comunismo en los años 90, imponiéndose como ideología dominante. De tal manera que la relaciones de fuerza en el terreno económico, social, político, ideológico sobre las que reposaba el compromiso socialdemócrata posterior a la segunda guerra mundial se ha roto en beneficio del poder económico y en detrimento de los trabajadores y de los Estados nacionales. El capital ha impuesto rentabilidades rápidas y de, al menos, un 15% para los accionistas, el debilitamiento del derecho del trabajo y la progresiva reducción del Estado social. Ha ido imponiendo el modelo anglosajón de capitalismo en detrimento del modelo de capitalismo renano y escandinavo y, al hilo de la crisis, se apresta a darle un golpe de gracia al modelo social europeo.

Frente a esta situación, la socialdemocracia y el socialismo han ido adaptando, en un principio, su ideología y los programas de acción a distintas formas de “social liberalismo” en España, de “terceras vías” en el Reino Unido y en Alemania, de neo-social-democracia en los países nòrdicos, de social-estatismo en Francia. Unas políticas que han sido defensivas en el ámbito económico y social y ofensivas en el campo de los derechos individuales. Sin embargo, al final tales políticas no han podido evitar la distribución de la riqueza a favor de las rentas del capital y en contra de las del trabajo, un aumento de las desigualdades desconocida en Europa desde los años cuarenta, el incremento de los trabajadores pobres, las altas tasas de paro, el gran aumento de la precariedad del trabajo, el debilitamiento y la degradación de los servicios públicos.

De tal manera que los partidos mayoritarios de la izquierda han ido sufriendo una progresiva desafección de los sectores más profundos de su electorado. La crisis de la socialdemocracia es, más que un triunfo de los postulados de la derecha, una crisis de confianza y de decepción de la parte socialmente más vulnerable de su electorado. Durante un tiempo, ello ha sido compensado por el miedo a las medidas que podía adoptar la derecha desde el poder. Pero las escasas diferencias de las políticas de gobierno en el terreno económico, que condiciona la social, y el desarme social que produce la realización de políticas de derechas por la izquierda parece estar anulando dicho efecto en la mayoría de los países europeos.

La falta de credibilidad del proyecto socialdemócrata, además, proviene de la disociación entre los valores que predica y las políticas que practica. Defiende la igualdad, pero, en la práctica, sólo se centra en la no discriminación, especialmente la de género. Manteniendo, en cambio, posiciones totalmente contradictorias en otros campos esenciales para la igualdad, como la política fiscal – esencial para mantener servicios esenciales para la comunidad de calidad -, la distribución de la riqueza – que depende, en primera instancia, del poder de los trabajadores, debilitado reforma tras reforma en no pocas ocasiones realizadas por la propia izquierda -, la enseñanza pública y gratuita para todos – erosionada por la reducción del gasto público y el los conciertos favorables a la enseñanza privada -, los recortes de la protección social, especialmente de las pensiones públicas al tiempo que se subvencionan las privadas, la incorporación de la gestión privada en la gestión de la sanidad pública.

La izquierda mayoritaria sigue, por otra parte, sin asumir en todas sus consecuencias el desafío medioambiental. Al tiempo que ha dejado de colocar en el centro de su proyecto el valor del trabajo. Hoy, en nombre del empleo, se puede hacer cualquier cosa con el trabajo. Los programas socialistas y socialdemócratas recogen muchas más referencias a los emprendedores, a la productividad o la competitividad, a la responsabilidad social de las empresas, que a la defensa de la dignidad del trabajo. Cuando, a lo largo de la historia, el elemento central mediante el cual la izquierda ha domesticado al mercado ha sido, precisamente, el de otorgar al trabajo derechos y protecciones sociales.

De otro lado, la socialdemocracia dice una cosa y hace muchas veces otra. Por, ejemplo, poco o nada tienen que ver las posiciones que ha adoptado el Partido Socialista Europeo, liderado por Poul Rasmussen, en el Manifiesto de las elecciones europeas de 2009 o recientemente sobre las medidas a adoptar frente a la crisis, con las políticas que llevan a cabo los partidos socialistas y socialdemócratas allá donde gobiernan.

No estamos, por todo ello, ante un problema de política de comunicación, sino de contenidos de las políticas, ni de cambio de circunstancias, sino de elementos definitorios del actual capitalismo. Estamos ante la necesidad de refundación de la izquierda para mantener lo esencial de su razón de ser: hacer que cada vez más gente pueda participar en el saber, en el tener y en el poder.

La primera refundación de la socialdemocracia se produjo en los años 1920 en los que, como reacción a la deriva totalitaria de la revolución de octubre de 1917, se afirma como fuerza democrática y reformista. La segunda tuvo lugar en los años 50 y 60 del siglo pasado, cuando rompe con el dogma marxista de la colectivización de los medios de producción y de cambio y reivindica el papel del mercado, de la economía mixta regulada por el poder público y la negociación colectiva. Y el papel del Estado regulador y protector frente a los riesgos sociales. Seguramente estamos ante la necesidad de una refundación de no menores dimensiones. Refundación que, probablemente, tendrá que articularse en torno a la defensa de un desarrollo sostenible, la recuperación del valor del trabajo, la justicia social como elemento central de la nueva sociedad y la primacía de los intereses de las personas en el nuevo orden mundial.

José María Zufiaur - Representante de UGT en el Comité Económico y Social Europeo

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