La República 80 años después
El nuevo régimen nació como consecuencia del desgaste político y social de una parte de la burguesía española
18/04/2011 La Voz de Asturias.
La historiografía franquista vincula la República del 14 de abril de 1931 con la Guerra Civil -dicho con más exactitud: con la Cruzada , porque para el franquismo, en este país, no hubo una guerra civil…- ; es decir, la primera fue la causante inmediata de la segunda. Sobre esta tesis (fraudulenta) se ha levantado el escolasticismo franquista fuente inagotable de ideas para quienes, transcurridos setenta y dos años desde aquel terrible final de la República, todavía argumentan sus tesis histéricas para intentar explicarles - y , si es necesario, domesticarlos…- a los nietos y bisnietos de aquellos que habiendo perdido la Guerra Civil, en defensa de la República, perdieron también el primer intento serio, en el siglo XX, para conseguir la democratización de la vieja sociedad española de los años 30, aun sobrecargada de demasiados privilegios feudales en favor de las clases privilegiadas por su poder económico y , por lo tanto, político.
Considerar, a tan gran distancia de aquel periodo crucial de la Historia Sagrada de España , que la República fue quien provocó la Guerra Civil es una falacia ideológica y política que pervierte el rigor científico del historiador y, simultáneamente, falsea la realidad de lo sucedido. De la misma manera, argumentar que la República del 14 de abril fracasó, es contribuir al falseamiento histórico de aquella etapa de la vida española, que, pudiendo haber sido un gran avance hacia la civilización política de este país -que tanta necesidad de civilizarse políticamente tiene aun- se quedó en un tremendo chasco que no solo dañó a los perdedores sino que también engañó a algunos de los vencedores de aquella inicua guerra cainita. Recordemos la digna reacción de Dionisio Ridruejo, falangista convencido pero, después, franquista arrepentido.
La república del 14 de abril nace como consecuencia del desgaste político y social de una parte de la burguesía española, que apuntalaba el Antiguo Régimen, y de la aparición de una nueva fuerza social en la que se integraban intelectuales republicanos, abogados, socialistas, periodistas, etcétera…; una clase media que entendió que era necesario enfrentarse al chantaje político y económico con el que, con la ayuda de la Iglesia (católica) y del Ejército, sometían a la sociedad española de la época. Dice Pierre Vilar que “desde la condena de Fernando VII de la Revolución de 1812, y desde el fin de la acumulación masiva del capital con la pérdida de las colonias, y el destino del “Estado-Nación unitario y burgués había quedado comprometido. España ya no seguía el camino del Occidente de Europa” (Realidad 16. Revista de Cultura y Política. Febrero-marzo, 1968).
La República pretendió rectificar ese desfase, pero las clases medias y la burguesía -especialmente las castellanas, que tenían intereses distintos al de ciertas clases medias urbanas y pequeño burguesas republicanas- cerraron filas y se opusieron a los intentos reformistas de los republicanos. Sobre todo, contra el intento de democratizar la sociedad. Y muy especialmente frente al deseo de gobernar desde un poder burgués contra los intereses de una burguesía demasiado aferrada a sus históricos privilegios de clase. En este escenario, en el que los privilegios de clase predominaban sobre los deseos socializadores. La República se encontró demasiado sola como para empezar sus cambios sociales: primero, intentando civilizar el Ejército -todavía con muchos resabios coloniales- y, después tratando de poner a la Iglesia en el sitio que le correspondía: lejos del poder político e, incluso, fuera de los cuartos de banderas… Un golpe de Estado fallido y, después, continuando con una inicua Guerra Civil -contando con el apoyo de los totalitarismos rampantes de la Europa Occidental- frenaron la revolución burguesa del republicanismo y, luego, liquidaron implacablemente a la República y a los republicanos. A partir de ahí, cualquier intento para replantear la necesidad de la República de una manera objetiva e historiográficamente científica, fracasaron. Cuantos esfuerzos se hicieron para conseguir que esa complicada época fuera recordada, incluso debatida, de una manera reflexiva, serena y sin sectarismos, se frustraron. Pero no solo por los enemigos de la República, sino también por la ignorancia de la sociedad salida del franquismo. Siempre predominó el escolasticismo franquista, cuyas fuentes de inspiración histórica fueron al que manaban del podio de la victoria, cuando no inspirada en los textos oficiales de la dictadura, como por ejemplo la Historia de la Cruzada Española , una obra definitiva -al parecer- salida de la pluma y el sectarismo ideológico de Joaquín Arrarás. (Ediciones Españolas, Madrid, 1940).
Se impuso la tesis fundamental de la dictadura: la Guerra Civil fue una Cruzada contra el comunismo. Arrarás denunciaba en sus Evangelios de la Cruzada “El gran empuje que habían cobrado el anarquismo y el comunismo desde la salida de Primo de Rivera” en 1930. Sin embargo, también recogía el número de afiliados del Partido Comunista de España en aquella época: 1.800.
La República Española del 14 de abril no pudo concluir su operación de tránsito hacia otra España democrática, moderna, liberada de las viejas ataduras feudales que todavía determinaban las relaciones sociales en el país. Su proceso democratizador fue interrumpido violentamente por la fuerza bruta de un Ejército sobrado de vicios decimonónicos y falto de sentido común. Junto con la inevitable colaboración entusiasmada de una Iglesia que llevaba siglos atrapada en su histórico integrismo.
Cuando se produjo el cambalache político que se conoce como La Transición , algunos pensaron que había llegado la hora de concederle a la República -depositaria de la única legitimidad democrática de la actual sociedad española- la oportunidad de intervenir en la nueva d emocratización de los españoles. Se equivocaron. A la República se la mantuvo alejada de Aquila operación de maquillaje de la dictadura franquista.
En un folleto, titulado “Apelación a la República”, Manuel Azaña había escrito que “ entre los derechos humanos que el liberalismo proclama y las funciones que la democracia crea hay una correspondencia terminante, necesaria…” Pues los teólogos de la auterreforma franquista rechazaron la posibilidad de que esa afirmación azañista fuera demostrada por los republicanos supervivientes - gracias al exilio- de la Guerra Civil. Primó el interés por salvar al franquismo en vez de asegurar la libertad.
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