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La sensatez de los asturianos ante la deriva autonómica

La sensatez de los asturianos ante la deriva autonómica

El escritor Ramón Pérez de Ayala atribuía a los asturianos un sexto sentido: el de darse cuenta de las cosas. Pérez de Ayala asociaba ese «darse cuenta» al humor y la guasa con que los habitantes de esta tierra se toman la vida, una acidez exacerbada, mayor que la de cualquier otra comunidad, que permite abordarlo todo, lo serio y lo cómico, con un prudente escepticismo, cuando no directamente con cierto grado de desdeño.

Quizá ésa, además de virtud y seña de identidad regional, pueda constituir a la vez una traba para Asturias, un freno a ese espíritu emprendedor al que tanto le cuesta aflorar en estos tiempos.

Acertadas o erróneas las observaciones ayalinas, hay que reconocerle al pueblo asturiano -lo acredita fehacientemente su pasado- instinto para intuir los instantes trascendentales del devenir histórico, esos momentos de ruptura ante los que siempre supo situarse en vanguardia.

Viene esto a cuento del último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que fue divulgado en exclusiva por LA NUEVA ESPAÑA el pasado domingo. De los resultados obtenidos, lo más revelador, y lo más distintivo con respecto a otras comunidades, es que en Asturias ha aumentado de manera insólita, como en ninguna otra parte, el porcentaje de personas que rechazan la deriva de las autonomías. Los asturianos reclaman un giro hacia posiciones territoriales más equilibradas, lo que podríamos definir, simplificándolo, como un retorno al centralismo.

Comparado con sondeos similares de años anteriores, el viraje es tan brusco que no deja lugar a dudas. Por acudir a los extremos, de un 31% de asturianos que en 2002 creía que las comunidades autónomas deberían tener más poder, hemos pasado a sólo un 9,8% que opina lo mismo. Un escueto 8,9% de asturianos defendía hace ocho años un Estado sin autonomías. Hoy, los militantes de esa tendencia son casi el doble. Y muchos más -uno de cada tres- si les sumamos el 18,6% de ciudadanos partidarios de recortar las alas a las regiones.

En fin, los asturianos no hacen más que expresar lo que ya algunos grupos de pensadores y profesores de referencia, incluso socialistas, empiezan a verbalizar, aunque sólo con sordina por temor a que los adalides de lo políticamente correcto les tilden de retrógrados. Tras tres décadas en construcción, tras una carrera inacabable de cesiones y concesiones, hay que replantear el estado autonómico. Necesita límites, líneas rojas claras e infranqueables.

Hay quienes ven en esta tendencia una añoranza asturiana del estatismo, una involución o el primer fruto de ese otro nacionalismo español que empieza a cultivarse. Interpretarlo de ese modo es no entender, una vez más, el mensaje. Lo que los asturianos piden no es acabar con las autonomías. Incluso valoran como altamente satisfactorias y bien gestionadas la educación y la sanidad, precisamente las mayores competencias que están en manos de las comunidades. Lo que los asturianos están diciendo es que se ha llegado demasiado lejos. Mucho más de lo que les hubiera gustado.

Se empieza haciendo como Areces de palmero de la España plural de Maragall y se acaba así, con un caballo desbocado al que no hay forma de tirarle de las bridas. Y esto, ahora tenemos la evidencia científica, no es una preocupación exclusiva de una casta de enterados, sino también del ciudadano corriente. La sociedad regional, con su opinión, se está alzando contra la fragmentación y la desigualdad a la que el proceso conduce si se lleva de manera desordenada y fuera de madre, como en los últimos tiempos. Es el clamor contra una España que acabará hemipléjica si no se impone un mínimo razonable de políticas justas y homogéneas.

Una encuesta no es un oráculo, pero acaba conformando un fiel espejo de la realidad. No debieran caer estas opiniones en saco roto entre la clase dirigente. Igual que otras, menos sorprendentes pero igualmente significativas, incluidas en el mismo análisis. Como que no hay región que se crea tan poco preparada para salir de la crisis como la nuestra -el congénito pesimismo astur- o que ninguna otra comunidad considere a su Gobierno autonómico más ineficaz y más incapaz de defender los intereses regionales frente al Estado que la asturiana. Salta a la vista: para la Autovía del Cantábrico y aquí no pasa nada, el Principado asiente.

Porque el futuro depende de nuestras propias decisiones es necesario reflexionar y debatir estas cosas. Una sociedad que no piensa sobre sí misma está moribunda. Por encima de sus supuestos líderes, una vez más emerge la sensatez de los asturianos, esos hombres de «cabeza clara, abierta, sin prejuicios, sin manías, sin nieblas interpuestas» que describió Ortega y Gasset. También ahora, como en la época en la que el filósofo acuñó ese elogioso retrato, Asturias necesita una voz propia para «derramarla en la gran anchura de nuestra nación».

Llegan tiempos de cambio en los partidos mayoritarios asturianos, que van a remover candidaturas. Los aires nuevos y los sentimientos que trasluce el Barómetro del CIS son los mejores ingredientes para empezar a cocinar ese discurso distinto y valiente que resintonice con el sentir de los asturianos.

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