Por Rodolfo Benito
Reflexiones sindicales en torno a la cumbre del G-20 (+2)
Artículo de opinión de Rodolfo Benito Valenciano Presidente de la Fundación Sindical de Estudios y miembro de la Comisión Ejecutiva Confederal de CCOO, para contribuir al debate sobre 'crisis económica'.
La reciente cumbre del G20 (+2) de noviembre en Washington es el inicio de un proceso de creación de una mayor gobernanza mundial, es decir, de reforma de las instituciones de Breton Woods. Así lo ha reconocido la evaluación conjunta que han hecho las internacionales sindicales TUAC/CSI sobre la reunión
Aunque pueda parecer mucho tiempo desde que se desatara la crisis financiera internacional, ya ha pasado un año y medio, hay que recordar que la reunión de Bretton Woods se produjo 15 años después de la crisis del 29, tras el ascenso del fascismo en Alemania e Italia, y tras cinco años de guerra mundial causante de millones de muertos.
Es cierto que ha habido falta de concreción en las propuestas, pero es muy difícil que fuera de otro modo en una primera reunión. Además, hay que tener en cuenta que el gobierno estadounidense estuvo representado por quienes perdieron las recientes elecciones a la Presidencia de los EE.UU. El peso de la saliente administración neocón de Bush ha intentado que las propuestas de la cumbre de noviembre no determinaran una salida de la crisis excesivamente intervencionista, a su juicio, p.ej, la inclusión del párrafo propuesto por EE.UU. y Canadá: “se debe evitar una sobrerregulación que dañaría el crecimiento económico y el flujo de capitales”.
Es decir, el profundo giro progresista que ha significado la victoria de Obama, en términos de una mayor redistribución de la renta, de un incremento de la intervención del Gobierno en la economía, de subir los impuestos a los más ricos, aún no estaba representado en la reunión del G20 (+2). Lo normal, con la nueva administración demócrata, es que estas resistencias se vayan diluyendo en próximas reuniones.
Pero la realidad ha sido tan contundente que la propia declaración final reconoce, por primera vez, que existen lagunas en el sistema financiero mundial. Asimismo, hay que resaltar positivamente que se haya puesto un breve plazo, 31 de marzo de 2009, para tomar algunas acciones inmediatas, que en muchos casos deberán ser tomadas individualmente por los países presentes en la cumbre, u organismos regionales como la UE, y no tanto por los organismos internacionales.
También ha sido positivo que el marco de decisión haya sido el G-20, (+2), que incluye a importantes países emergentes de todo el planeta (India, Arabia Saudí, Sudáfrica, Brasil, etc), e incluso a economías no plenamente capitalistas (China), y no el G-7, que sólo reunía a economías capitalistas desarrolladas. Ofrece, por fin, un marco de gobernanza multipolar al que se había opuesto hasta ahora EE.UU.
Si bien la reunión no se ha dado dentro del marco de la ONU, también hay que reconocer que posiblemente ha sido mucho más eficaz que la reunión se celebrase con ese formato en el momento actual. No obstante, la arquitectura mundial global y las medidas que finalmente se desarrollen, deberían tener al final un refrendo de la ONU, principal organismo garante de la legalidad internacional.
El acuerdo de Washington es un paso, ya que establece una hoja de ruta para la revisión de la regulación financiera internacional, pero sólo un primer paso, lastrado aún por el peso, aunque sea en retirada, de la administración republicana de EE.UU.
Significa un cambio de paradigma, ya que cuestiona las bases de la economía de casino que se ha desarrollado desde los años noventa, pero debe tener su continuidad no sólo en las cumbres mundiales, sino, sobre todo, en la modificación de las legislaciones nacionales y regionales.
La UE tiene la oportunidad de ponerse a la vanguardia en las próximas Cumbres, pero para ello Europa debe salir de su actual marasmo político y avanzar en la creación de instituciones comunitarias de gobierno económico, por lo menos del área euro, que superen las insuficiencias del Ecofin (reunión de ministros de Economía); en que el BCE tenga entre sus objetivos también el crecimiento económico y no sólo el control de la inflación; y en el impulso de la armonización fiscal europea, algo políticamente abandonado en los últimos años.
No obstante, tal como ponen de manifiesto las internacionales sindicales TUAC/CSI, el peso de quienes han venido promoviendo la economía de casino es aún muy considerable, ya que aún no han sido consideradas importantes medidas propuestas por el sindicalismo internacional.
No hay una mención directa a poner coto a los paraísos fiscales; ni propuestas relativas a la creación de un impuesto internacional sobre operaciones financieras (algo similar a la conocida Tasa Tobin) que daría coherencia a todo el nuevo sistema, tanto en términos de recursos, como de ralentizar la economía de casino.
Tampoco se ha aprobado la necesidad de desarrollar controles para limitar los comportamientos especulativos en los intercambios comerciales (incluidos los mercados energéticos y de materias primas); ni medidas para proteger mejor a los consumidores frente políticas de préstamos abusivas y agresivas.
Ni la exigencia sindical de que los bancos centrales sean públicamente responsables de sus actos.
En relación a promover mecanismos financieros alternativos, no se ha considerado la promoción de sistemas cooperativos y mutualistas, y de la microfinanciación, ni aumentar la función social de los regímenes de pensiones (mejorando la regulación de las inversiones en ellos realizadas, y la propia reglamentación de fondos y cajas de pensiones).
Por último, tampoco se ha considerado, en esa nueva arquitectura de gobierno global, el papel de la OIT, que dado su carácter de representación tripartita (gobiernos, empresarios y trabajadores) debe tomar un nuevo papel mucho más activo, ya que su cometido puede ser fundamental para mejorar la defensa de los derechos de los trabajadores a escala mundial, donde el 80% de los trabajadores o no tienen derechos laborales, o los tienen restringidos.
Como plantea el propio premio Nobel Stigliz, todos los cambios que tengan que venir, deben tener como norte la reducción de las desigualdades sociales en un mundo global.
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