Editorial de La Nueva España de hoy
Por la regeneración de la vida pública asturiana
A comienzos del pasado siglo, en un tiempo de crisis de la conciencia nacional por la pérdida de las últimas colonias, un grupo de la Universidad de Oviedo, en el que cabían pensadores de la derecha y de la izquierda, abanderado por Sela, Álvarez-Buylla, Altamira, Posada y Clarín, se unió para transformar la sociedad a través de la educación. El país despertaba de un sueño imperial y chocaba de bruces con la realidad: el analfabetismo, la incultura, la pobreza. Aquellos catedráticos impulsaron la Extensión Universitaria y la convirtieron en un referente elogiado en todo el mundo.
En los albores de este siglo, otro regeneracionismo es necesario. Un compromiso intelectual semejante que promueva una rebelión de las ideas y cambie la región. La crisis nos ha despertado bruscamente y nos devuelve a una realidad muy incómoda. A la gravedad de la recesión global se suma una inquietante variable propia: la carencia de un proyecto para Asturias.
El paro galopa. El mañana demográfico es desolador. Lo ganado con la reconversión industrial después de soberbios sacrificios puede quedar en tierra quemada. El carbón tiene los días contados. La construcción, residencial o de infraestructuras, tardará en levantar cabeza. El campo vegeta y desaprovecha a la industria agroalimentaria. Y la Universidad no es todo lo eficiente que cabría esperar en un mundo en el que quien no investiga y avanza tecnológicamente no es nada.
Tenemos también realidades espléndidas. Un sector metalmecánico muy potente con mucho futuro si somos capaces de fomentar la aparición de aprendices y profesionales para renovar a los actuales y atender con solvencia la demanda que se espera. Unos astilleros privados que compiten ante feroces rivales, frente al fracaso de los públicos. Algunos sectores tecnológicos incipientes que luchan por abrirse paso. Y un medio natural en aceptable conservación y privilegiadamente bello que cautiva a los visitantes.
Con este caldo de cultivo y en horas tan cruciales, los asturianos asisten atónitos a operaciones variopintas que no hacen más que ahondar la fractura entre los ciudadanos y los políticos. Sus mundos son cada vez más distantes. Unos aparentan calma, pero esconden los problemas de fondo, cuyo debate ha sido evitado, como si la herencia que nos viene encima fuera moco de pavo. Otros bullen en peleas internas. Unos enmudecen, sumisos, otros pretenden saltarse las reglas, fieles todos ellos a la tradición de sus propias siglas. Unos han hecho una transición complicada sin sobresaltos y sin discusión alguna. En otros afloran viejos y nuevos problemas -con radio de acción que trasciende al Principado- que ya los abocaron a una ruptura traumática precisamente cuando les tocó gobernar esta tierra.
Los partidos aseguran escuchar a la gente, pero prefieren decir y hacer lo más conveniente para los intereses de sus eternos dirigentes antes de lo verdaderamente necesario para todos. Al punto de que se están convirtiendo en una oligarquía, una casta privilegiada que fatiga y provoca esa terrible desafección y desapego patente en las encuestas. Cada concejal o diputado se debe al dirigente que lo renueva en una lista, no al elector que lo vota. La política así ejercida convierte a los partidos en agencias de colocación.
La sociedad asturiana demanda mudanza general. Ideas claras y liderazgo. Obras que nos van a dejar endeudados muy por encima de nuestras posibilidades justo cuando la economía se hunde y tenderetes varios adelantaron a otras imprescindibles que han quedado estancadas y no tienen visos de concluir en un plazo razonable. Un estudio reciente demuestra que las infraestructuras concentran mercados. Por eso en la España radial Madrid crece más que ninguna otra zona en los últimos 30 años. Para que las regiones compitan en igualdad de condiciones han de concluir los ejes periféricos, como el Cantábrico o la Ruta de la Plata. ¿Quién tiene aquí las prioridades claras para impulsarlos y exigirlos, para evitar que cualquier obra asturiana, desde que se piensa hasta que se ejecuta, se demore entre 30 y 50 años como está ocurriendo?
Nuestra clase política necesita una renovación a fondo. Hacen falta jóvenes preparados y comprometidos, que conozcan bien la región y además tengan experiencia internacional para saber y dominar lo que ocurre en el mundo. Profesionales honrados y dispuestos a devolver a la sociedad parte de lo que han recibido de ella. Algunos pueden estar en la Asociación Compromiso Asturias XXI, que desde la diáspora trata de aportar ideas y de identificar sectores con futuro para la región. Tenemos que salir adelante por nosotros mismos, apostar por las empresas y por las personas sin el sectarismo que ha dominado nuestra región durante tanto tiempo perdido. No podemos esperar nada de nadie. Lo que consigamos será con nuestro esfuerzo. Para recuperar la ilusión, hay que alentar el talento y convertir a Asturias en un paraíso de los emprendedores, vengan de donde vengan. Acabar con la mentalidad defensiva que ha dominado los últimos decenios y recuperar la iniciativa. Tenemos que darnos a respetar.
El flamante Nobel, y «Príncipe» de las Letras, Vargas Llosa rememoraba en la revista dominical de LA NUEVA ESPAÑA, con amargura, su experiencia como candidato a la Presidencia de Perú: «La política es una técnica donde sale lo peor: intrigas, conspiraciones, cálculo, cinismo. Quien se mete en política, como dijo Max Weber, sella un pacto con el diablo». En Asturias tenemos que lograr que esa política haga aflorar lo mejor de los mejores.
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