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No hay dos cánceres iguales, entre otras cosas porque no hay dos pacientes iguales…

No hay dos cánceres iguales, entre otras cosas porque no hay dos pacientes iguales…

El Laboratorio de Oncología Molecular, arma en la retaguardia de la lucha contra el cáncer

El servicio, creado por un convenio en 2005 y dirigido por Milagros Balbín en el HUCA, analizó el pasado año más de 2.300 muestras
El equipo analiza las alteraciones en el genoma de las células tumorales y da pistas a los clínicos sobre diagnóstico y seguimiento

Oviedo, Eduardo GARCÍA, en La Nueva España

En el año 2005 comenzó a funcionar, desde la trastienda del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y muy en silencio, un nuevo servicio denominado Laboratorio de Oncología Molecular. Lo iba a dirigir la bióloga molecular Milagros Balbín, formada en la mejor escuela posible en Asturias, la del grupo de Carlos López Otín en el Instituto de Oncología del Principado de Asturias (IUOPA).

En aquel 2005 pasó por el laboratorio apenas un centenar de muestras para su análisis. Cinco años más tarde, en 2010 los análisis superaron los dos mil. El laboratorio se ha convertido ya en un elemento indispensable para afinar la puntería en el diagnóstico y el pronóstico de la enfermedad.

Se trata básicamente de estudiar las alteraciones en el genoma de las células tumorales. Esas mutaciones específicas son las que dan muchas claves que caracterizan un determinado tumor o una leucemia o linfoma. Partimos de la base de que no hay dos cánceres iguales, entre otras cosas porque no hay dos pacientes iguales.

«No sólo hay que conocer las alteraciones del tumor -explica la doctora Balbín-, sino la variabilidad del individuo y, por ejemplo, sus capacidades para metabolizar un determinado fármaco».

Para el tratamiento de algunos tumores, una vez diagnosticados, ya existe un protocolo que obliga al análisis de biología molecular. Un estudio que va a influir decisivamente en la elección de la terapia. En el laboratorio se busca dar respuesta, con técnicas de biología y genética molecular, a qué alteraciones celulares han jugado un papel importante en el desarrollo de un tumor. Ese seguimiento molecular es lo que ayuda a dar respuestas frente a cada caso de cáncer a cambiar los tratamientos: elegir unos y desechar otros. «Cada vez se afina más», dice Milagros Balbín. «Pero lo que hacemos en este laboratorio es sólo una ayuda, los clínicos necesitan muchas armas». Todas son complementarias porque el enemigo es duro de roer. «Como investigadores, queremos entender el cómo y el porqué, y que ese conocimiento ayude a encontrar vías para tratar de parar la enfermedad», y eso es un objetivo complicado, «porque la fuerza de la naturaleza es muy difícil de entender y mucho más difícil de dominar».

El laboratorio está compuesto por siete personas, técnicos y biólogos, que trabajan en la planta 1.ª del HUCA, pero con la vista puesta ya en el nuevo Hospital, donde todos los laboratorios estarán agrupados en una misma planta y forman parte ya de una de las nuevas áreas de gestión clínica: el Laboratorio de Medicina.

Mantener el servicio en la actualidad es una labor a tres manos: Instituto de Oncología del Principado (IUOPA), el HUCA y la Caja Rural. El nacimiento del laboratorio fue el resultado de un convenio entre la Universidad, a través del IUOPA, y el SESPA, a través del Hospital Central. Con ello se evitó que fuera necesario enviar las muestras oncológicas fuera de la región. Las hematológicas, por ejemplo, se enviaban a Salamanca.

Buena parte del trabajo del equipo asturiano se centra precisamente en el estudio de muestras hematológicas, las leucemias y los linfomas. La biología molecular sirve para apoyar el diagnóstico, para identificar las llamadas dianas terapéuticas y para el seguimiento de la enfermedad. Si ésta es capaz de cambiar, no queda más remedio que cambiar con ella. Los seguimientos incluyen los casos de pacientes trasplantados de médula.

Estamos en un sector del conocimiento que avanza a pasos agigantados. Hace quince años plantear un laboratorio de oncología molecular hubiera sonado a extravagancia. Milagros Balbín recuerda que «a principios de los años noventa se empiezan a conocer muchas de las mutaciones en genes que hoy se sabe que son muy importantes en la formación de los tumores, y que ahora estamos analizando de forma rutinaria. A finales de esta década y a principios de 2000 se empiezan a sentar las bases para entender qué vías son las que están alteradas en los tumores». La secuenciación del genoma humano fue el resultado de una década de trabajo, «pero en un futuro muy próximo, gracias al avance de la tecnología, se podría llegar a tener los resultados en apenas unos días».

El secreto está en eI «servicio técnico» humano

Tres mil pares de bases y, en definitiva, las claves de la vida, en una medusilla blanca de unos 0,1 miligramos

Todos sufrimos alteraciones moleculares constantes. Cuando tomamos el sol, la radiación solar nos la produce; cuando fumamos un cigarrillo, lo mismo. La mayoría de esas alteraciones es inocua, pero a veces no es así. Nuestras células disponen de un sistema de reparación de esos daños, una especie de servicio técnico a base de proteínas reparadoras. El problema es que esa capacidad de reparación es distinta en cada persona, y por eso un gran fumador de toda la vida llega a la vejez, y un fumador medio mucho más joven acaba con un cáncer de pulmón. Es sólo un ejemplo. Si un día lográramos dotar de mayor capacidad y eficacia a los «servicios técnicos» de nuestras células, el cáncer acabaría reduciéndose a una enfermedad crónica. Seria y grave, pero crónica. Y controlable en buena medida.

Cada día llegan muestras al laboratorio de oncología molecular del HUCA. Se separan las células para obtener el RNA y el DNA, es decir, los ácidos nucleicos que son el conjunto de moléculas que contienen la información para generar las proteínas, carburante para nuestro motor biológico. De entre los tres mil millones de pares de bases es necesario centrarse en apenas unos cientos de ellos, los que interesan para cada investigación. Y, tras ese primer filtro, hay que amplificar el fragmento molecular elegido. Escáneres de chips genéticos, secuenciadores y termocicladores (PCR) forman parte del aparataje del laboratorio. Aquí no hay maquinaria de ciencia ficción. Las manos también cuentan, y mucho. Pilar Valdés, una de las integrantes del servicio, muestra una mínima ampolla. Allí, flotando en apenas un par de gotas, observamos una medusilla blanca de unos 0,1 miligramos. Ahí está todo, esos tres mil millones de pares de base, la herencia, lo que cada uno es, de dónde viene y, en cierto modo, el destino. Para Milagros Balbín y los suyos es algo básico y cotidiano; para quien se acerca por vez primera al laboratorio es algo mágico. Y tiene razón: la vida es magia.

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