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De Buylla a Buylla: honor y ciencia

De Buylla a Buylla: honor y ciencia

El abuelo del flamante premio «Príncipe de Asturias» de Investigación fue fusilado en Ceuta en 1937 por defender la legalidad y sus convicciones

Foto: Arturo Álvarez-Buylla y Godino. archivo elena roces

La Nueva España. Oviedo, Javier NEIRA

No hay duda de que la carga genética cuenta mucho y ahí está el caso demostrativo de Arturo Álvarez-Buylla Roces, el neurobiólogo astur-mexicano que acaba de ser galardonado con el premio «Príncipe de Asturias» de Investigación.

La historia familiar admirable se remonta a su abuelo Arturo Álvarez-Buylla y Godino, militar, pionero de la aviación y máxima autoridad en el protectorado de Marruecos cuando estalló la Guerra Civil. Leal a la República y con un sentido de la responsabilidad verdaderamente heroico, fue fusilado -más bien se debería decir que asesinado- por el honor del cargo y la negativa a cualquier componenda con los sublevados.

Arturo Álvarez-Buylla y Godino nació en Oviedo el 24 de agosto de 1895. Uno de sus hermanos, Plácido, fue quizás el médico asturiano más destacado del pasado siglo y tiene una estatua en la ovetense plaza del Carbayón.

Arturo recibió el despacho de teniente de artillería en el verano de 1919. Tres años después intervenía en la guerra del Rif como aviador y al cabo de sólo unos meses participó en bombardeos y vuelos de reconocimiento. Obtuvo la cruz de primera clase al Mérito Militar con distintivo rojo. Logró el título de piloto y en el mes de abril de 1925 realizó treinta y dos vuelos de combate, incluyendo el bombardeo con gases del poblado de Beni Buyari. Entonces no existían las actuales restricciones internacionales sobre esas terribles armas. Fue condecorado varias veces y recibió la «Aspa roja», propia de los heridos, sobre la medalla militar de Marruecos.

Formando parte de una escuadrilla voló de Logroño a Oviedo. Varios aparatos se perdieron y tuvieron que aterrizar de emergencia en distintos puntos. Buylla llegó a Llanera, pero tuvo que dejar su avión en reparación en Meres. Otro avión del grupo partió hacia Ribadesella y se vio obligado a aterrizar con urgencia en la finca de «El Gaiteru», en Villaviciosa. En 1927, tras realizar un curso de paracaidismo, fue de los primeros españoles en lanzarse desde un avión. Ingresó como inspector en la Fábrica de Aviones Loring, de Carabanchel.

El general Primo de Rivera disolvió el arma de artillería después de una serie de incidentes. A los tres meses la recompuso y permitió el ingreso de los oficiales con la condición de que firmasen su adhesión a la dictadura. Firmaron todos menos el capitán Arturo Álvarez-Buylla, esclavo de sus convicciones. Perdió la carrera y se quedó sin oficio ni beneficio.

Participó en la sublevación republicana de diciembre de 1930 con centro en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos. Fracasada la intentona, todos escaparon a Portugal menos Buylla y eso que tenía aviones a su disposición para huir. De nuevo sus indomables convicciones y su valentía salieron a relucir. Fue detenido, a la espera de un consejo de guerra.

Con la llegada de la II República volvió al servicio activo y fue nombrado director general técnico de aeronáutica civil y, entre otros cargo, vocal de la comisión encargada de estudiar el proyecto de túnel submarino hispano-africano en el Estrecho de Gibraltar.

Con el triunfo electoral de las derechas regresó a la aviación militar como jefe del grupo de caza número 11 con base en Getafe. Durante 1935 realizó dos vuelos de elevadísima altitud alcanzando los 6.500 metros y los 6.800 metros. En 1936, el Gobierno del Frente Popular le nombró secretario general de la Alta Comisaría de España en Marruecos.

El Alto Comisario era Juan Moles que al poco fue nombrado ministro de Gobernación, quedando Buylla interinamente como Alto Comisario, aunque insistió a sus superiores que no deseaba desempeñar ese puesto.

La tensión en el protectorado español creció en los primeros días de julio. El ambiente de sublevación se palpaba y la chispa saltó en Melilla.

Unas horas después el coronel Buruaga entraba, con otros dos oficiales, en el despacho de Buylla y lo confinaba en sus dependencias particulares. Al poco era conducido a su chalé, en las afueras de Tetuán. Al día siguiente, domingo 19 de julio, llegaba a la plaza un avión con el general Franco.

La sublevación triunfó en el norte de África y se desató la represión. El comandante Puente, colaborador de Buylla -y primo carnal de Franco- fue procesado. Buylla declaró en su favor diciendo que «el comandante Puente, como buen militar, no ha hecho más que cumplir estrictamente con las órdenes recibidas, demostrando en todo momento sus buenos sentimientos al rendirse cuando vio las bajas que tenía en su tropa y que prolongar la defensa no conducía más que a sensibles perdidas por ambos bandos». Puente fue fusilado.

Días después el propio Buylla se veía ante el juez para negarse «a prestar declaración por no reconocer más autoridad judicial militar que la que emane del Gobierno constitucional». Lo acusaron de sedición. El juicio se inició el 3 de marzo de 1937. Álvarez-Buylla se negó a asistir al consejo de guerra y durante las sesiones permaneció en una habitación contigua. El día 16, a las ocho y media de la mañana, fue fusilado en Ceuta por un pelotón de Regulares.

No quiso cambiar su declaración para eludir la pena de muerte

Oviedo, J. N., en La Nueva España

El doctor Jaime Álvarez-Buylla, presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, recordaba ayer la figura de Arturo Álvarez-Buylla, abuelo del flamante premio «Príncipe de Asturias» de Investigación. «Era ahijado de Plácido, mi abuelo, que fue el fundador de la Sociedad Filarmónica. Su cargo en Marruecos no era político, sino técnico, pero el Alto Comisario fue nombrado ministro y Arturo quedó al frente. Azaña le dijo que tenía que hacerse cargo, aunque no quería. Le aseguró que era por poco tiempo». Como recuerda el doctor Buylla, «al estallar la guerra Arturo tuvo una actuación impecable, pero hubo sucesos graves y él asumió todo porque era la máxima autoridad. Hizo una declaración y nunca quiso cambiarla. El presidente del tribunal era amigo de mi abuelo y además artillero. Insistieron para que cambiase la declaración, pero siempre se negó. Lo fusilaron».

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