Con una muy sana ironía
Economía ¿Una ciencia medieval?
Por Rosa María Artal Comité de Apoyo de ATTAC España
La historia del progreso ha sido la del esfuerzo por encontrar soluciones, a base de recorrer un largo camino. Hemos visto hasta en libros y películas, cómo los precedentes de la arquitectura y la ingeniería se afanaban en levantar estructuras (catedrales, puentes, edificios) con resultado incierto: si acertaban tenían la obra perseguida, si no, se les hundía. Meditaban sobre cuál podía haber sido el error u errores, y trataban de subsanarlo para la próxima vez.
En medicina ocurría algo similar: los especialistas probaban tratamientos y pócimas. Si daban en el clavo el paciente sanaba, pero no siempre ocurría así, y en la búsqueda de remedios quedaban muchos bien averiados, cuando no difuntos.
Afortunadamente la investigación logró establecer claves y parámetros, fundamentarse en datos y resultados, para que no fuera aleatoria la resolución de los conflictos que se planteaban. Se establecieron premisas seguras para actuar.
La economía no ha seguido la misma senda. Nos argumentan que es una ciencia social (pero ciencia al fin y al cabo) y que sus afirmaciones no pueden refutarse o convalidarse mediante un experimento en laboratorio y, por tanto, usan una diferente modalidad del método científico. Por otra parte, el sujeto de estudio es altamente dinámico, por lo que es arriesgado aventurarse a predecir sus conductas con precisión. No sé si tan variable como el comportamiento de los virus mutantes, pero con ellos la ciencia se emplea con mayor rigor.
Añadamos que hay y ha habido un sin fin de escuelas económicas, vinculadas en muchos casos a la filosofía o a los iluminados de esa ilusa teoría que nos contó que el libre mercado se regula solo y que es la que impera. Sobre todo, que todo depende del ojo que lo mire, aunque nosotros comamos y vivamos todos los días y tengamos la peregrina idea de querer un futuro sólido. Joaquín Estefanía nos habla hoy de los tecnócratas, ese furúnculo (esperemos que no cancerígeno o que se pueda atajar) que nos ha salido en la democracia, decretado por una única corriente: el neoliberalismo. Tecno, viene por cierto del griego Techne que significa el que sabe lo que hace. Estamos listos.
Los economistas (salvo honrosas y notables excepciones entre las que cito sin ir más lejos a nuestra amiga Àngels Martínez Castells cuando en el nacimiento del euro avisó de los problemas que iba a acarrear), no han dejado de dar palos de ciego. La mayoría, la economía dominante, ni se enteró de que llegaba la crisis y no dejan de aportar soluciones erróneas, con un empecinamiento digno de expulsión sin indemnización. Asombrosamente, por el contrario, se les premia con gobiernos en los que van a aplicar los mismos mecanismos equivocados. Aunque ¿para quién son equivocados? Unos pocos se enriquecen cada día más, a costa de la población en general. Eso es lo que cuenta.
La economía parece una ciencia medieval. En el momento en el que su objeto de estudio, el dinero, (aunque con más propiedad sería el estudio comportamiento económico destinado a satisfacer necesidades de la sociedad), es el dios por el que todo se rige. Se nos caen catedrales y las garrapatas y sanguijuelas nos sangran sin que experimentemos mejoría. Lo peor es que esta economía dominante, la de los brujos (que, en confianza, parece que no tienen ni repajolera idea de lo que hablan) nos está conduciendo también a la Edad Media, a los señores feudales que sientan sus reales sobre la plebe. Caída Grecia y Roma decimos jocosamente en twitter aunque con amargura-, llega en efecto el Medioevo. Ya está aquí, salpicado además de invasiones bárbaras.
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