Toma de posesión del 8º presidente autonómico
Javier Fernández promete «mejorar» la región con «dedicación, entrega, trabajo y decencia»
El nuevo presidente reconoce que habrá que elegir «opciones desagradables» y afirma que «peleará contra la injusticia» para no salir de la crisis «como sea y a costa de lo que sea»
Oviedo, Pablo GALLEGO, en La Nueva España
La Junta General lo había elegido ya el miércoles, pero no fue hasta ayer, poco después de las doce de un mediodía que terminó con lluvia, cuando Javier Fernández (Mieres, 1948), ingeniero y secretario general de la Federación Socialista Asturiana (FSA-PSOE), se convirtió de forma oficial en el octavo presidente de Asturias. Por detrás quedaron años de militancia, responsabilidades en el Congreso y el Senado, dos campañas electorales, un año de parálisis política en el Principado bajo el control de Foro, y una dura batalla -electoral y judicial- para ponerse al frente del Gobierno asturiano. Por delante esperan tres años en los que no aspira a lograr una Asturias «perfecta, porque las utopías deben ser modestas», sino a «mejorar la que existe», con «dedicación, entrega, trabajo y decencia».
En un discurso con el que reivindicó el ejercicio de la política y el Estado de las autonomías, Fernández sentenció: «Asturias puede y debe estar mejor». Ése será, adelantó, «el motor de mi acción política» y «la vocación de mi Gobierno». Los ocho consejeros que componen su Gabinete (cinco mujeres y tres hombres que mañana tomarán posesión de sus cargos) escuchaban desde uno de los laterales de la planta noble del Parlamento regional. A ellos y al resto de autoridades e invitados, casi 300, les pidió Fernández «ayuda, sin más recompensa posible que la satisfacción de haber contribuido al progreso de Asturias». También se lo pidió a la ministra de Fomento, Ana Pastor, representante del Ejecutivo central en el acto, que le respondió ofreciendo la «cooperación leal» del Gobierno de Mariano Rajoy.
Javier Fernández llega al Gobierno con 64 años y la responsabilidad de combatir una crisis a la que, en el último año, ha bautizado de distintas formas. Rodeado por todas las autoridades regionales -entre ellas el presidente del Principado saliente, Francisco Álvarez-Cascos; el presidente de la Junta, Pedro Sanjurjo; los diputados de la Junta, y los ex presidentes-, ayer Fernández explicó que el origen de la crisis estaba en la «inexistencia de un contrapeso político frente a un sistema financiero confiado en su propia exactitud». También en el hecho de que hayan sido los expertos, y no los políticos, quienes hayan tomado buena parte de las decisiones. «La política», sentenció el nuevo presidente, «comienza cuando los expertos han dado su opinión y sigue sin saberse lo que hay que hacer».
«Porque creo en la política, pienso que es posible pelear contra la injusticia», continuó, y no salir de la crisis «como sea y a costa de lo que sea». Tendrá que hacerlo, porque las circunstancias, añadió, «obligan a elegir entre opciones desagradables», y sus compromisos con el Estado del bienestar le obligan. Como adelanto de lo que está por venir de la mano con los recortes, fuera de la Junta se manifestaba un numeroso grupo de docentes, cacerolas en mano. «La educación es la piedra angular de la sociedad», afirmaba, en los pasillos, la nueva consejera del ramo, Ana González; «hay diferentes maneras de cumplir -el objetivo de déficit-, y la nuestra será distinta».
El nuevo presidente cosió con cuidado el discurso que pronunció tras prometer cumplir, sobre la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía, las obligaciones derivadas de su cargo. A diferencia de su intervención en el debate de investidura, en el que expuso las líneas maestras de su programa de Gobierno, la de ayer fue mucho más personal, pero sin perder de vista sus convicciones políticas. Fernández confesó ser «fotofóbico», prefiriendo «el trabajo discreto al exhibicionismo, la labor callada y constante a la trompetería». Eso no le impidió dar las gracias -con aplausos de unos invitados que empezaban a sufrir el calor-, a los compañeros «que nunca cejan, a los amigos que alientan siempre», y a su familia, «a la que prometes continuamente ese horizonte de dedicación que jamás alcanzas». Su hija, Elena Fernández, sonrió y miró hacia abajo.
Pero el pudor que lo acompaña como hombre tímido que es «se concilia perfectamente con el amor a la luz plena, a la claridad en las decisiones y en el manejo de los fondos y los asuntos públicos», aclaró Javier Fernández. Como Pedro Sanjurjo, presidente de la Junta, propusiera para el Parlamento regional, el nuevo Gobierno del Principado tratará de ser «de cristal», transparente ante los ciudadanos. De momento, además de una nueva ley sobre Transparencia y Buen Gobierno, la novena legislatura comenzará con la creación de una comisión que investigue la «operación Marea», que dio con el ex consejero socialista José Luis Iglesias Riopedre; su mano derecha en la Consejería de Educación, María Jesús Otero, y la alta funcionaria Marta Renedo, en la cárcel.
Superadas la confesión y las referencias personales, llegó la parte más política del discurso. Además de ser el único secretario general del PSOE asturiano que ha llegado presidir el Principado, Fernández coordina desde el pasado febrero el Consejo Territorial de los socialistas. Quienes lo conocen bien saben que el asunto autonómico y los nacionalismos ocupan buena parte de sus discusiones, y ayer -como ya hiciera en la Junta en respuesta al diputado de UPyD, Ignacio Prendes-, Javier Fernández defendió el Estado autonómico como «un indiscutible triunfo histórico que nadie debería siquiera pretender impugnar»
Fernández ofrece «cooperación» a Rajoy y dice que no será «ariete ni punta de lanza»
Ante Ana Pastor, pide que el Gobierno sea «flexible» con los plazos para elaborar un plan de ajuste «en condiciones»
27.05.12 - ANDRÉS SUÁREZ / JOSÉ ÁNGEL GARCÍA | OVIEDO, en El Comercio.
Pasaban unos pocos minutos de las doce y media cuando Javier Fernández, emocionado por momentos, tomaba posesión de su cargo como presidente del Principado y asumía las riendas de la región en un momento especialmente complicado, sobre todo en lo financiero. Arropado por los principales representantes de la clase política, económica y social, el líder socialista daba el salto de las responsabilidades de partido a las de gobierno con un discurso en el que intentó huir del optimismo desaforado y que optó por situar en un plano de realismo, dada la complejidad del escenario. «No pretendo anunciar un tiempo nuevo, no aspiro a una Asturias perfecta», reflexionó, «aspiro a mejorar la que existe». Sabedor del margen limitado de maniobra que en una sociedad cada vez más global tiene un presidente autonómico, lanzó un mensaje de «colaboración » al Ejecutivo central, representado ayer por la ministra de Fomento, Ana Pastor, a la que reclamó tiempo para poder elaborar y presentar el plan de ajuste que la comunidad tiene pendiente. Habló de una relación que no alcance dos polos, ni la insumisión ni la entrega, y que se mueva en el espacio del «acuerdo, la discrepancia y hasta la rebeldía razonable». Pero sin cruzar en ningún caso los límites. El Principado, quiso dejar bien claro, «no será ariete ni punta de lanza de nada, excepto del interés de Asturias».
La mañana comenzó con ruido, el de los profesores que en la calle protestaban contra los ajustes que sufre la comunidad educativa en el marco de las políticas de reducción del déficit, y terminó con aplausos, los que recibió Fernández tras tomar posesión. Flanqueado por quienes le han precedido en el cargo, por la ministra de Fomento y por el presidente de la Junta, Pedro Sanjurjo, entre otras autoridades, el nuevo jefe del Ejecutivo trazó una intervención que no entró en compromisos concretos, quizá porque no era el momento ni el lugar, y que dibujó una filosofía general de actuación. Y una línea de trabajo, basada en cuatro ejes: «Dedicación, entrega, trabajo y decencia».
Asturias, comenzó argumentando Fernández, «puede y debe estar mejor». ¿Cómo? Esa es la clave. Porque en las circunstancias actuales habrá que elegir no entre lo bueno y lo malo sino «entre opciones desagradables». Habrá que priorizar, vino a decir, dando a entender que será ahí donde se perciba el sello de identidad de su Gobierno frente a otras alternativas ideológicas. Admitiendo que la recesión «semeja una plaga enorme y devastadora», planteó como factible «pelear contra la injusticia» y articular discursos alternativos al pensamiento monolítico vigente.
«Yo no quiero llegar a algún sitio», apostilló tomando para sí la frase de Alicia en el País de las Maravillas, «bracear para salir como sea y a costa de lo que sea» del actual abismo económico. «Quiero llegar a una Asturias mejor», se explayó, «una Asturias que ascienda por la escalera del progreso, que tiene por primer peldaño la lucha contra el desempleo».
Para ello, situó la concordia en la relación con el Gobierno central, de diferente signo político, como clave. «Ofrezco y pido cooperación leal», remarcó. Rechazó una política de confrontación. «No creo en la política predatoria que busca la aniquilación del adversario», dijo. Tampoco, añadió, «en la política arremangada del desparpajo y la simpleza». A partir de ahí, defendió que el contacto entre ambas administraciones transite por la vía de la colaboración. «Mi Gobierno no sacrificará el interés de los asturianos al enfrentamiento inútil», subrayó. Y remachó: «No será ariete ni punta de lanza de nada, excepto del interés de Asturias».
El estado autonómico
Rehuyó Fernández ahondar en las cuestiones identitarias, más allá de alinearse con el pensamiento que dice que «no hay español más orgulloso de su patria que un asturiano». Dos identidades que «no se restan, se suman», opinó. Fue un argumentó que utilizó para centrar el debate en la necesidad de acabar con las insuficiencias y las duplicidades que se puedan constatar hoy en el estado autonómico, pero nunca poner en cuestión su acierto e idoneidad. «Es un indiscutible triunfo histórico que nadie debería siquiera pretender impugnar», sostuvo. Defendió avanzar en el camino federal por la vía de «más multilateralidad, más colaboración y más lealtad».
Pero más allá de la filosofía, el nuevo Gobierno, cuyos consejeros toman posesión mañana, tiene que bajar pronto al terreno de juego. El plan de ajuste que debe podar 616 millones del presupuesto tendría que estar listo de inmediato. Por tercera vez en los últimos días, Fernández reclamó más plazo a Madrid. «Pido un margen de flexibilidad necesario para elaborar en condiciones, como deben hacerse, los planes precisos para arrostrar la crisis que serán presentados responsablemente a su Gobierno», le dijo directamente a Ana Pastor, antes de llamar, mañana, al titular de Hacienda, Cristóbal Montoro.
Cree el presidente que un plan serio y solvente no puede confeccionarse en un plazo tan corto, de ahí que se mostrase convencido de que, finalmente, Montoro será flexible y dará tiempo adicional para trasladar un documento «sensato».
Antes de terminar y sumirse en un paseo interminable de abrazos, saludos y felicitaciones, el dirigente socialista prometió «claridad en las decisiones y en el manejo de los fondos y los asuntos públicos». Y más tarde, ya en los pasillos, se mostró decidido a «comenzar a trabajar y hacerlo lo mejor posible».
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