La verdad, que siempre es muy terca y acaba sabiéndose, empieza a asomar
La banca alemana será la más dañada si España suspende pagos
La Nueva España
Pero cualquiera que sea la opción, sólo cabe verla como una solución frágil, inmediata y de corto recorrido. El BCE aplica su política monetaria con un difícil equilibrio, atendiendo a realidades económicas nacionales divergentes y cuyas prioridades y necesidades casi siempre son antagónicas. Y los principales financiadores del eurobanco son justamente los países que tienen economías antitéticas a la española: naciones con superávit exterior, ahorro interno (de ahí la importancia para ellos de controlar la inflación) y alta credibilidad en los mercados de capitales.
El BCE se resiste además a actuar como la Reserva Federal (FED), el banco central de EE UU, no sólo porque ha incorporado a su genética el rigor del Bundesbank alemán en la lucha contra la inflación como objetivo supremo, sino también porque la UE -y éste es el problema que subyace en la actual tormenta sobre algunos de los países del euro- está muy lejos de ser el área monetaria óptima que sí es la del dólar. El BCE se niega además a desnaturalizarse supliendo la ausencia de un Tesoro europeo (que en EE UU sí coexiste con la FED) y solventando las carencias que los estados no son capaces de resolver.
Para España e Italia la solución tampoco sería satisfactoria, salvo como medida excepcional para eludir la inminencia de un naufragio y aplacar de forma momentánea las tensiones. Un país no puede aspirar a vivir bajo respiración asistida de forma indefinida y enchufado a un banco emisor. Sería una anomalía y sus socios no se lo consentirían. Lo dijo ayer el ministro alemán de Economía, Philip Roesler: «La compra de bonos por el BCE no puede ser permanente».
Los problemas estructurales no pueden resolverse con medidas coyunturales porque en cuanto cese o se debilite la acción protectora, los problemas se agigantarán, como ha ocurrido desde que el BCE suspendió su programa de compra de bonos el año pasado.
La única fórmula mágica que resolvería todos los problemas de España de una vez es el crecimiento económico. Los inversores en deuda, como los inversionistas en Bolsa, reclaman credibilidad, y la credibilidad no la dan los ajustes, los sacrificios ni el martirologio de los países y las empresas cotizadas sino su expectativa de resultados, su plan de negocio, su tendencia de ingresos y su visibilidad de beneficios. Nadie invierte en empresas (o países) en pérdidas (recesión) y con previsión de menores ingresos y resultados negativos por muchos expedientes de regulación que hagan y por más planes de austeridad que acometan cuando esos ajustes incorporan una expectativa de menor negocio y cuando los mercados tienen muchas otras oportunidades de inversión rentable y segura a su alcance en un mundo globalizado.
Que ayer Standard & Poor’s (S&P) haya mantenido la «triple A» (máxima nota de solvencia) al Reino Unido evidencia dónde reside la cuestión. Porque el Reino Unido tiene un déficit fiscal elevadísimo (8,3% en 2011, sólo seis décimas menos que el español) y una deuda pública disparada (85,7% del PIB), que es 17,2 puntos porcentuales superior a la de España (68,5%). La diferencia, dijo ayer S&P, es que el Reino Unido, aunque también está en recesión, empezará a crecer -prevé- en el segundo semestre de este año. España, por el contrario, seguirá siendo el país con mayor recesión en 2013, según el FMI.
España no puede corregir esta tendencia en solitario. Con el gravísimo endeudamiento privado que arrastra, con el 13,6% de su PIB (el ligado a la construcción) sin capacidad de reaccionar, con el mayor paro de la OCDE a causa de la «burbuja» inmobiliaria y con sobrecostes de financiación, la fuerza motriz le ha de venir desde fuera vía exportaciones. Y esto exige que no toda Europa recorte, ajuste, ahorre y frene el gasto. Alguien tiene que tirar del carro europeo. Y los países con mayor solvencia deberían ejercer de demandantes aumentando el consumo y permitiendo cierta inflación bajo control.
Europa tiene tres opciones sobre España. Una es dejarla caer y que España opte por la suspensión de pagos. El coste potencial (el real dependería de la quita y de la negociación que se hiciese con los acreedores) podría alcanzar, sólo para la banca europea, los 768.363 millones de euros, que es la cifra de su exposición directa e indirecta a la economía española. La banca alemana lidera esta concentración de riesgo con 146.260 millones por ambas vías, seguida por la francesa (118.700 millones). La otra posibilidad es que la UE acuda al rescate integral de la economía española, cuya cuantía se estima en 300.000 millones, que es la cifra que supuestamente habrían barajado esta semana el ministro español de Economía, Luis de Guindos, y el de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble. Y la tercera alternativa es que los países más solventes actúen como mercados demandantes, generen actividad, asuman posiciones tractoras y de gasto y restablezcan el ciclo virtuoso del crecimiento. Sería la opción más eficaz y quizá la más barata para todos.
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