Artículo de Julian Ariza en Sistema Digital
“NOS TRATAN COMO A IMBÉCILES”
Pensando en los recovecos de la condición humana me preguntaba una vez más cómo era posible que en países a los que cabe otorgar una dilatada experiencia democrática y un nivel cultural aceptable alguien con más imputaciones que un delincuente habitual haya estado a punto de ganar de nuevo unas elecciones generales. De Italia pasé inmediatamente a recordar lo ocurrido en algunas de nuestras Comunidades Autónomas y en unos cuantos de nuestros municipios, e incorporé varios retazos de nuestra extensa e intensa colección de ejemplos de corruptos y corruptores, para llegar a la conclusión de que la izquierda ha sido más voluntariosa e ingenua que la derecha, precisamente a la hora de enjuiciar la condición humana y sacarle provecho.
Esta inicial digresión viene a cuento de otro pensamiento que me corroe desde hace bastante tiempo, ligado a la impresión de que en la derecha son muchos los que consideran imbéciles a la mayoría de los ciudadanos. Es la única explicación que se me ocurre ante las frecuentes declaraciones que nos endilgan distintos portavoces del Partido Popular y su Gobierno. Por referirme a ejemplos muy recientes ahí están las palabras de alguien con apariencia culta y sosegada como el señor González Pons, que ha afirmado de manera rotunda que “el Partido Popular es el partido del empleo”. Que en su primer año de nueva legislatura haya rondado el millón el aumento del número de parados; que las estadísticas de Eurostat nos endosen ya más de seis millones de desempleados y que instituciones económicas nada sospechosas de izquierdismo auguren que la sangría continuará en 2013 debería haber servido para atemperar este tipo de declaraciones, salvo que, como sospecho, se considere que sus receptores tienen un coeficiente intelectual dramáticamente bajo.
Otro ejemplo de esa opinión sobre la escasa inteligencia e ignorancia del pueblo llano nos lo puede dar lo dicho por María Dolores de Cospedal, quien, sin inmutarse, aseguró que los veinte mil euros mensuales que cobraba Luis Bárcenas, con su correspondiente descuento de cotizaciones sociales, era el resultado del “finiquito diferido” que se estaba embolsando el extesorero de su partido. Y se quedó tan fresca, a sabiendas de que nadie con un mínimo de sentido común iba a tragarse semejante engaño.
Una tercera muestra más del inagotable filón de insultos a la inteligencia la tenemos en el artículo que la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Bañez, publicó en el “ABC” del 19 de febrero. Puede perdonársele una mentira de menor cuantía cuando escoge como título que “la prioridad es el empleo”, pues es de sobra conocido que para su Gobierno la prioridad es el déficit. Pero pelillos a la mar, pese a las nefastas consecuencias que conlleva. Lo significativo a los efectos de nuestro comentario es que al glosar las excelencias de su reforma laboral se permite frases que, más que un desprecio a la capacidad mental de la gente, es un canto al cinismo. Resulta que al hablar de la negociación colectiva y los efectos de su impresentable reforma dice que gracias a ella “miles de trabajadores, más de 40.000, ‘opten’ por descolgarse de convenios que ya no eran adecuados a sus circunstancias”. La nota difundida por su ministerio lo dice más claro, pues no habla ya de que optan sino de que se “benefician”. No será fácil encontrar a trabajadores que ignoren que el descuelgue de un convenio colectivo siempre es a iniciativa patronal y ante la amenaza de males mayores, y significa, o bien reducción de salarios; o aumento de la jornada; o pérdida de algunos derechos sociales; o cambios a peor del horario laboral; o una mezcla de éstas u otras medidas similares. En suma, retrocesos en sus condiciones económicas, laborales o sociales. Considerar que esto es un beneficio o una opción libre es considerar que los trabajadores son, sencillamente, imbéciles.
Una inevitable pregunta sería la de conocer por qué entre los dirigentes de la derecha no se observan reparos a la hora de dirigirse a los ciudadanos como si fuéramos portadores de una ignorancia supina o escasez de entendederas. Cabe descartar que les traicione el subconsciente y hayan llegado a esa conclusión comparando lo que hacen y el notable apoyo popular que, aun mermando a ojos vista, todavía mantienen. Tampoco puede atribuirse a que sean ellos mismos los que padecen esas limitaciones intelectuales. Lo probable es que crean que sus seguidores no van a darse por aludidos y que lo interpretarán como una forma de menospreciar a los que están en la oposición. Sea como fuere, lo cierto en cualquiera de los supuestos es que supone una falta de respeto a todo el mundo, que expresa un comportamiento envilecedor de la política y hasta de la propia democracia.
Julián Ariza Rico
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