Réplica a las críticas del presidente de los constructores a los trabajadores de la Administración
Leña al funcionario, que es de goma
Por IGNACIO ARIAS LETRADO DE LA JUNTA GENERAL DEL PRINCIPADO
Lne.es - Opinión
Mi querido y admirado Serafín Abilio, en su calidad de presidente de la patronal asturiana de la construcción (CAC-Asprocom), en declaraciones que reproduce La Nueva España del pasado día 4 de agosto, se suma a lo que últimamente se ha convertido en el deporte nacional de dar leña a los funcionarios, emulando a ilustres predecesores como el dueño de Mango o el presidente de la CEOE. En este concreto caso, don Serafín amplía su crítica a los mineros.
Poco puedo decir en relación a estos últimos, cuyas particularidades profesionales no domino, pero parece claro que no se ha elegido el momento más oportuno por razones de todos conocidas. En cualquier caso, el mundo de la minería me ha inspirado siempre mucho respeto, cariño y emoción, entre otras cosas por ser una profesión que representa valores enraizados con la historia de Asturias.
Sí estoy en condiciones de hacer algunas reflexiones sobre lo dicho por don Serafín sobre los funcionarios. Aboga por implantar un sistema que vincule el salario a la productividad, pues piensa que los funcionarios trabajan poco, ya que los ve con bolsas de la compra y tomando café durante la jornada laboral, conductas que contrastan con las de los funcionarios alemanes cuyas costumbres afirma conocer.
El hecho de que don Serafín vea a funcionarios (no dice cuántos ni dónde) portar bolsas de la compra o tomar café en horario laboral no supone ningún desdoro para la función pública. Todo lo contrario. Evidencia que determinados funcionarios, por sus concretas circunstancias personales, se ven obligados a sacrificar su media hora de pausa para hacer la compra, y los que optan por tomar café están haciendo uso de un derecho. Pero en ambos casos, dentro de la media hora de pausa, pues no olvide don Serafín que todos los funcionarios deben fichar cualquier salida del centro de trabajo y el reloj no entiende más que el frío lenguaje de las matemáticas.
En cualquier caso, el efecto es el mismo que percibimos cuando pasamos por una obra a las diez de la mañana de un día laborable y vemos a todos los obreros, desde el peón al encargado, comiendo el bocadillo o en la cafetería más próxima tomando el pincho. Y a nadie se le ocurre decir: «¡Qué vagos son los obreros de la construcción y qué poco producen!». Todo lo contrario, si algo se nos ocurre pensar es ¡qué bien que vivimos en un país civilizado en el que los trabajadores tienen derechos, entre ellos, el de hacer una pausa en su jornada laboral!
Al hecho de que no se trabaje de sol a sol sin descanso, como en la Edad Media, no se puede anudar la consecuencia de que no se produce.
Si los únicos reproches que se pueden hacer a los funcionarios públicos es que utilizan su pausa laboral para hacer la compra o tomar café, ¡bendita función pública!
En cuanto al socorrido argumento de la productividad de los funcionarios, debe quedar claro de una vez por todas que los funcionarios ni colocamos ladrillos, ni fabricamos tornillos. Invito a don Serafín a que proporcione criterios claros y concretos para baremar la productividad de los funcionarios. ¿Cómo mediría don Serafín la productividad de un ordenanza, de la encargada del registro, de un letrado del servicio jurídico o de un médico, cuyos trabajos dependen en unos casos de terceros y en otros de la complejidad de la actuación? ¿Se mediría igual un juicio de faltas que un recurso de casación o una intervención de menisco que una prótesis de cadera? Por tanto, crítica, sí, pero que sea consistente.
Por otro lado, ¿quién valoraría la productividad en caso de poder ser aplicada? ¿El responsable político o el alto cargo de designación libre?
Los excesos en la aplicación de las pautas de organización propias de la empresa privada pueden reducir las garantías del sistema de mérito y la imparcialidad del funcionario.
Admitiríamos que don Serafín hubiera apelado al manido argumento de que hay muchos funcionarios y poco motivados. Pero incluso en esos escenarios hubiera merecido la pena salir en defensa de los funcionarios, que son las víctimas y no los verdugos de los problemas que aquejan a la Administración.
La clase dirigente ha venido haciendo política con la función pública, y en algunas CC AA (por ejemplo, Extremadura y Andalucía) el número de efectivos públicos es ofensivo para el sentido común, pero de ello no tienen la culpa los funcionarios.
En cuanto a la motivación, seguro que don Serafín elige como encargado de obra a quien cuenta con un currículum colmado de experiencia ascendente (peón, peón especialista, especialista, especialista de primera, oficial de segunda, oficial de primera, etcétera). En la Administración no impera esa regla. Se puede elegir y, de hecho, se elige para ocupar la cúspide de la pirámide de mando a un recién ingresado. Por tanto, la falta de motivación no es asintomática.
Dice don Serafín que los funcionarios alemanes no hacen la compra ni toman café durante su jornada laboral. No será porque no tengan pausa, porque la tienen, y en algunos Länder, en una franja horaria superior a la española. No obstante, si no ha visto funcionarios alemanes con la bolsa de la compra quizá se deba a que sus salarios, notablemente superiores a los de sus homónimos españoles, les permiten encomendar estos menesteres domésticos a terceras personas. En cuanto a que no toman café, eso es seguro, porque allí prefieren la cerveza.
Querido Serafín, los funcionarios no somos de goma como el mono que ha hecho célebre la expresión que titula este artículo, y la crítica que nos pone injustificadamente a los pies de los caballos duele.
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