Oportuno artículo
Empleo precario, desempleo y ficción estadística
Por José Antonio Nieto
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM, miembro de EconoNuestra
publico.es
En medio de uno de esos desiertos demográficos de la península ibérica necesito asistencia en carretera, un domingo. La grúa acude rápido. Para hilar conversación con el asistente, le pregunto si trabaja muchos días festivos. Me responde que todos y a todas horas, porque es autónomo. Ya no le pregunto nada más sobre sus condiciones laborales o las del personal que auto-trabaja en su taller, si es que existe. Tampoco quiero pensar en cuánto gana la compañía aseguradora subcontratando sus servicios, ni quiero plantearme si eso es empleo precario, desempleo o sálvese quien pueda. Quien no pueda salvarse, que corra con sus propios riesgos de vivir o de dejar de hacerlo, porque su vida se esfumará de las estadísticas laborales oficiales, aunque se refleje en otros registros fiscales y electorales.
Cerca de casa encuentro a un colega, profesor de universidad, que pasea solitario su nueva condición de parado. Han rescindido el contrato a todos los profesores asociados de su universidad. Los proyectos de investigación están parados o languidecen, los becarios no cobran, nadie quiere saber nada de la universidad, ni de la investigación, ni del futuro. Puede que la solución sea emigrar, me dice. Él sabe que a su edad ya no puede competir con los que tienen menos experiencia, pero tampoco está dispuesto a trabajar por un sueldo que le obligaría a regresar a la casa de sus padres.
Siempre hay casos peores, no solo en los países subdesarrollados, donde vive la mayor parte de la población del planeta. En España hay demasiadas personas que están en paro desde hace mucho tiempo. Son parados estructurales que ya no cobran ni el subsidio mínimo. Un ejército de desempleados que, sin quererlo ni desearlo, contribuyen aún más a la precariedad laboral. Dos millones de hogares en España tienen a todos sus miembros en paro. En algunos casos se buscan la vida en la economía llamada informal, como si esta economía que nos ahoga fuera formal, aunque se denomine de ese modo. Al menos uno de cada cuatro niños en España vive por debajo del nivel de pobreza relativa. Pero las estadísticas oficiales no lo admiten. Si algún informe no oficial lo señala, los representantes del gobierno español montan en cólera. Como si los datos oficiales tuvieran más valor que la realidad que vemos día a día.
Igual que muchas veces la realidad supera a la ficción, la situación real es más dramática que la reflejada en las estadísticas oficiales. Precariedad laboral, paro, salarios de hambre, desmantelamiento de las políticas sociales, y servicios públicos que han dejado de prestarse o, como sucede en algunos organismos públicos, se atienden con personas contratadas para cubrir bajas por enfermedad que transitoriamente disfrutan de un trabajo pero volverán al paro. En muchos lugares ha cuajado profundamente la obsesión por externalizar, lo que unas veces significa privatizar y otras subcontratar, aunque el resultado sea muy similar. España no va bien así.
La propaganda oficial dice que se está creando empleo. Incluso, de vez en cuando, se recuerda que España necesita emprendedores. Como si todo el mundo tuviera capacidad de emprender y todos los proyectos pudieran avanzar con éxito, pese a la falta de un marco institucional y financiero que respalde y estimule la capacidad de emprender. Si quieres ser autónomo, antes de que el cielo te caiga encima tendrás que superar las barreras burocráticas y fiscales existentes: se te esfumará la frontera entre lo formal y lo informal, y no sabrás en qué lado de las estadísticas, oficiales o no, te encuentras. Si estás en el paro, te pueden llegar ofertas para hacer sustituciones por horas, lo que te obligará a ir una y otra vez a cambiar tu situación de parado, un día, por la de trabajador al día siguiente, y así sucesivamente. Día a día, hora a hora, la misma miseria.
Ni el FMI y ni la OCDE podían imaginar que sus demandas de flexibilidad para el mercado de trabajo en España llegaran tan lejos: unos pocos empleos estables, pero insatisfechos y a menudo víctimas de un mal sistema de organización del trabajo, y muchos cuasi empleos precarios, sin certidumbre sobre su futuro, y cargando sobre sus espaldas los riesgos de vivir; es decir, la creciente individualización a la que nos encaminamos como ciudadanos, trabajadores o simplemente como personas. Incluso emigrar se está poniendo difícil en una Europa que en lugar de garantizar la libre circulación de ciudadanos parece dispuesta a restringirla más.
La España formal y la informal coexisten de manera enfermiza. La España oficial se sustenta sobre la economía informal, y la economía formal se aprovecha de unas condiciones de explotación laboral que oficialmente no se reconocen. Los datos oficiales no son creíbles si se comparan con la realidad que nos rodea. La indignación se ha convertido en formal. La informalidad lo ocupa casi todo, pero no alivia nuestra indignación.
Aunque las estadísticas no lo reconozcan, la precariedad es la base de la economía formalmente competitiva. Pero la competencia real solo existe cuando te llaman por teléfono para ofrecer tramposamente algún servicio. En lugar de estimular la actividad económica y permitir mejoras salariales que ayudarían a salir de la recesión, lo formal es cada vez menos creíble, lo oficial indigna de manera creciente y lo real supera a la ficción estadística.
Las estadísticas no deberían esconder la realidad, ni esconderse de ella, ni generar información nada formal aunque sea oficial. Una ejemplo más: la deuda exterior, que ha crecido del 65 al 95 por ciento del PIB en los últimos tres años, pero nadie plantea auditarla, ni depurar responsabilidades, sino pagarla “entre todos”, porque eso parece ser “lo más formal”. Los datos macroeconómicos no pueden ser las orejeras que le se ponen a un equino.
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